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sábado, 29 de octubre de 2011

No tengo nada que decir.


No tengo nada que decir. Debe ser esa la causa de mi completa falta de ideas. Tras sabe dios ya cuanto tiempo sin escribir nada, decidí ponerme y escribir algo sí o sí, no obstante, pasados 20 minutos frente a la pantalla con la mirada fija en el folio en blanco del Word, y mi mente embriagándose en el bar de la esquina, discutiendo con mi sentido del humor si les va tocando o no pasarse por casa –que ya va siendo hora, joder-, eso fue todo lo que pude concluir.  

El caso es que sí, no tengo mucho que decir, y dado que no lo tengo, empiezo así. Y coño, para no tener nada que decir, ya he dicho bastante. Me recuerda a la canción de Fito de mismo nombre que este artículo. Vaya cabrón. El muy bellaco se gasta una canción entera para decirnos lo poco que tiene que contar, y vaya si cuenta. Un par de acordes, una frase, mucho morro, y ganas de dejar que sea su guitarra la que le cuente al resto todo lo que tiene que decir… y es un temazo.

Y es que cuando no tienes nada que decir, es mejor dejar que hablen las manos, los ojos, el pulso… la simple respiración, con frecuencia, dice mucho más de lo que jamás nos paramos a oír. Si ahora mismo la tuviese delante, le diría de todo sin soltar una palabra. No tengo nada que decirle pero quizá ella sí tenga mucho que oír. Y sinceramente, al menos en mi humilde opinión, las mejores conversaciones son aquéllas en las que el silencio es el que más ruido hace de los tres.

Y bien, está claro que yo hoy no tengo nada que decir, pero me tiraría hablando sin decir nada horas, y tan ancho. Pero no lo voy a hacer, que uno de los problemas de no tener nada que decir, es que se dicen muchas tonterías.