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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Otro corto.

Salí a tocar la guitarra. Sí, salí afuera, a la calle. Me apetecía tocar en medio de la plaza, como hacen los que no tienen o fingen no tener. Lo que no tienen son ganas. Ganas de hacer algo que no sea pedir. Que me parece bien, eh. Aquí nadie está criticando... que para criticona mi madre. Aún me acuerdo de como se puso cuando le dije que salía a tocar la guitarra. "¡Ponte el puto chaquetón!" Decía la pobre. El caso es que cuando llegué allí, había un enano en medio de la plaza contando un chiste. No debió ser bueno, porque lo siguiente que vi fue a un montón de gente mirándolo con cara de asco, y a uno del fondo cogiendo una piedra dispuesto a lanzársela. El pobre enano lo intuyó y echó a correr, no obstante, enano era... esas patitas no dan para mucha velocidad. Murió allí mismo el desgraciado. Jaja, desgraciado, vaya paradoja... os la explicaría pero no me da la gana. El caso es que me recordó -lo de la piedra- a un viejo amigo mío que solía vivir de los tomates y los huevos que le tiraban. Qué cabrón. Lo tenía todo bien montado. No era mal cantante, pero cogía su flauta y cantaba a la vez que tocaba desafinando a propósito, para que le tirasen de todo. Era rápido de reflejos y recogía todo cuanto podía antes de que tocase el suelo. Y así fue haciendo vida. Con la música de hoy en día se le acabó el chollo... "Es difícil hacerlo peor que los que salen en la radio", me contaba. En fin. No sé que habrá sido de él. Lo último que supe es que empeñó la flauta para comprarse un silbato... y hablando de silbar. Mi vecino de antes era un loco que no silbaba. Sí, antes tenía otro vecino. El de ahora no me gusta, no tiene perro. Me encantan los perros. El de antes tampoco tenía. Odiaba a la gente que silbaba porque él no podía, y le molestaba. Siempre reaccionaba de forma violenta cuando silbabas en su presencia, llegando incluso a amenazarte con piedras que encontraba en el suelo. Le encantaba tirar piedras. Cualquier cosa valía para ello. Si eras feo, pedrada; si eras alto, pedrada; si eras listo, pedrada; si eras guapo, igual te invitaba a salir. No obstante si le decías que no te caía una pedrada. A veces hasta te tiraba piedras por contar un chiste malo. Una vez vi como le tiraba una piedra a un enano sin gracia y lo mataba en medio de una plaza. Después yo cogí mi guitarra y me puse a tocar. Montaron un corro a mi alrededor y nadie vio como la policía mataba a palos al loco. Después me entró el frío y me fui a por el chaquetón.

viernes, 11 de noviembre de 2011

En el bar.

(...)  
-No entiendo nada.
-¿Y porqué no se lo has dicho?
-Ella ya lo sabe. Paso.
-No es que lo sepa ella o no, es que lo sepas tú. Que te lo explique, que te dé una razón a tanta sinrazón… subo dos.
-Es que realmente no quiero saberlo.
-¿Pero qué coño…?
-No sé, meu. Quizá tengo miedo. Estoy mejor así. La felicidad está en la ignorancia… igualo.
-Eso lo dijo un ignorante, seguro.
-Un ignorante feliz. Paso.
-Es probable… yo más bien diría que la felicidad está en la mediocridad. Cuanto menos te exijas, más fácil te será cumplir tus objetivos, pero nunca destacarás en nada. Subo dos otra vez... Pasarás por el mundo sin que nadie tenga el más leve recuerdo de ti, sin haber hecho nada que merezca la pena ser contado, sin la sensación de haber cumplido, de haber utilizado bien tu tiempo.
-Sabes que opino como tú, es solo que…
-¿De qué tienes miedo?
-No estoy seguro. Igualo.
-¿Por qué tienes miedo, entonces?
-Qué más da. Quiero decir… ¿Por qué temes a la oscuridad? Porque desconoces qué hay más allá. Es el no saber lo que crea la sensación de incertidumbre que tanto aterra.  Subo cuatro.
-¿Cuatro?… yo no temo a la oscuridad.
-Eso dicen todos…
-Párate a pensarlo. Dices que la incertidumbre provoca miedo, y bueno, no deja de ser cierto. No obstante, aseguras también que la ignorancia da la felicidad, ergo el miedo es la felicidad. ¿Necesitas el miedo para ser feliz? ¿Necesitas vivir con miedo?
-Mmmmm, tal vez sea entonces que no me interesa.
-¡Oh vamos! Por supuesto que te interesa. Es solo que sabes de sobra lo que pasa. Que no es buena. Y no quieres confirmarlo, porque una mujer así no aparece todos los días, y te daría pena mandarla al cuerno. No voy.
-¿No vas? –Reí- ¿acaso tienes miedo?
-No. Iba de farol –dijo sonriente, como el que acaba de evitar una catástrofe.
-Yo también.
-Hijo de puta.
Y así matamos la tarde (...) 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Récord Mosquicida.

(...)

-¿Quieres que te cuente la historia o esperamos en silencio mirando el pasar de los coches?

-Ardo en deseos de conocer tu… “anécdota”.

-Bien:

<<Como decía, la noche en cuestión era cálida, y dormir se había convertido en misión imposible, ya no solo por el calor infernal que hacía inútiles a las sábanas, sino porque una jauría de moscas y mosquitos habían tomado mi habitación como local de reunión y festejo, y danzaban a sus anchas como putas en una orgía de ricos. Y vaya, el calor pase, porque tampoco es que se le pueda hacer mucho, pero las moscas… no, me negué en rotundo. Así que me dije “o las matas, o no duermes”.

Pero claro, como en todo acto de defensa que requiere dar muerte, por mucha defensa que se trate, todo buen cristiano tiene algo de resquemor interior, una pizca de ética sin sentido que te sobreviene provocada por la carga de conciencia que el acto en sí conlleva. “¡A la mierda con la ética, son moscas!” estarás pensando, pero venga, mátalas tú –y llegados a este punto agachó la cabeza y se golpeó con la palma de la mano en la frente, sin dejar de reír, moviéndola de lado a lado. Me hacía gracia verla así-. Así que pensé, que si buscaba un motivo a mayores para acabar con sus sucias vidas y mi sufrimiento, tal vez acallaría a la vocecita de marras que tanto molesta.

Por lo tanto, y motivado por unas energías repentinas que me aparecieron sin causa aparente, me acerqué a mi fabulosa estantería llena de libros, y busqué en uno que tengo de records y moscas, cuál era el record mundial de moscas matadas en una noche, pensando que si mi acto servía para batir un record, pues no sería tan malo. Me llevé una grata sorpresa cuando descubrí uno muy interesante –“déjame adivinar, el de moscas matadas con un folio” interrumpió ella-… Casi –contesté-, “El record mundial de moscas cortadas por la mitad con un folio doblado”. –“Vaya por Dios”-…

 Tras leer esto, conté rápidamente el número de insectos que volaban por mi cuarto: 124. El record mundial estaba en 72, lo cual me permitía fallar 51 tajos sin miedo a no conseguir el récord. “Otra ocasión como esta no habrá” me dije. Así que agarré con garbo un folio en blanco que tenía sobre la mesilla, y haciendo eco de las más precisas técnicas de doblado, en un visto y no visto lo doblé por la mitad exacta, de forma que las esquinas coincidiesen a la perfección y sin… bah, una chapuza del quince, para qué mentir. Pero a mí me servía, salté sobre la cama, y me dispuse con todas las ganas del mundo a batir el récord. No se me podía escapar.

¡Zas! El primer corte había salido perfecto. Justo por la mitad. El segundo igual, ¡pim pam! En un visto y no visto había ya 4 cadáveres en el suelo. El 5º golpe casi lo yerro por falta de velocidad. Hay que mover la mano a velocidades muy altas para no aplastarlas en el intento… algo así como a 300.001 kilómetros por segundo… -hice una breve pausa deteniéndome a observar su expresión. Me miraba atónita, alegre, negando con la cabeza en pequeñas dosis-. Pero eso ya es otro tema.

El caso es que cuando llevaba 37 o por ahí, me di cuenta de que iba a ser más difícil de lo que pensaba. Pues entre pitos y flautas, me había equivocado unas cuantas veces y me quedaban aproximadamente unas 50 moscas vivas… cifra demasiado corta. Para colmo de males, las restantes eran la mayoría de estas diminutas que tocan los huevos a más no poder y que son casi inapreciables. Por no mentar que su vuelo es más irregular que un escroto. Vuelan como si de la danza del mono borracho se tratase. Me vi impotente… fatigado, exhausto… y cuando el sueño ya empezaba a hacer mella en mí, se me encendió la bombilla. –“A saber con qué maravillosa estratagema me deleitas ahora”- ¿Qué estratagema ni qué gaitas? Que se encendió la bombilla de la habitación. Desconozco la causa… pero así fue. Y todas las moscas y mosquitos volaron como locas despavoridas hacia ella, juntándose, y dándome a mí la posibilidad de atizarles bien atizado.

El caso es que tras ese golpe de fortuna, hice recuento de mutilaciones y tenía ya 78 medias moscas despilfarradas por el suelo, a falta de solo 1 para igualar el récord –“¿Pero el récord no eran 72?”- Mmmmmm, ¿dije 78? Vaya, uno no puede estar a todo… pues como iba diciendo, llevaba 71 al acabar el recuento, y ya solo me faltaban 2 moscas con las que acabar y habría batido el récord. Y de repente la vi. La mosca cojonera. La gorda, esa que molesta más que un palo en el culo. Esa tenía que valer doble. Estaba allí, al alcance de mi mano, ya solo tenía que… ¡oh! -Ella ya no podía más, estaba casi llorando. Nos habíamos subido al autobús ya, y observaba con calma como dos ancianitos se nos quedaron mirando con interés, como con ganas de saber por qué diantres a esa chica le costaba respirar de tanto reír. Una vez se hubo calmado, suspiró, y me preguntó: “¿Qué?”>>

-Creo que me he olvidado del final.



martes, 8 de noviembre de 2011

...

Se limitó a sonreír en la penumbra. Sin más, como si eso bastase. Y bastaba. Llamaba más la atención que la luna que tenía detrás. Brillaba más, y tenía un punto de especial, algo que jamás había visto en una sonrisa antes. Y es que esa sonrisa era mía, estaba ahí para mí. Se podía atisbar un preciso “cógeme” si prestabas atención. Embobaba, hasta el punto de que el planeta al completo te la traía al pairo. Ya podía caer una supernova y mandarlo todo a freír espárragos al calor del infierno, que por tu cabeza ni hacía ademán de pasarse la posibilidad de mover un músculo. No. ¿Para qué? si eso ya era mejor que cualquier cosa que pudiese estar pasando. 


miércoles, 2 de noviembre de 2011

A los pocos, ya se sabe.

Empezaba a oscurecer. El clima veraniego estaba asentado y se negaba a marcharse, pese a las indirectas que su compañero de después le lanzaba en forma de pequeños chubascos. No era capaz de adivinar uno si quería llover o no, por esta razón la gente todavía no tenía muy claro si debía o no recuperar sus chubasqueros del fondo de sus armarios. De todas formas, no es algo que a mí me importase. Nunca me importó la lluvia. Mojarme es algo tan típico en mí como el respirar. Y no porque me guste, pero los paraguas y yo nunca nos llevamos bien, pues suelen estorbar cuando no me hacen falta, y esconder sus sucios culos cuando los necesito, así que simplemente lo asumo, y si llueve, me mojo. Pero no me mojé aquella tarde.

Salí a correr, que me gusta hacerlo cuando está entrando la noche. La luz no es demasiada ni insuficiente. Te da esa paz que te produce el no ser visto, a la vez que evita que te desgracies un tobillo contra una piedra en mitad de las sombras. Incluso el frío es el justo. Además, no sé si os habéis fijado, pero los mejores espectáculos paisajísticos ocurren siempre cuando muere la tarde. Esa despedida del sol tras el final de la vista, dejando los últimos resquicios de su luz adheridos al cielo, como el olor de la chica que se queda encerrado en el coche durante los instantes siguientes al beso de despedida, ese olor que se niega a marcharse… y que una vez se va sigue impreso en tu mente unos instantes más, hasta que despiertas. Adoro el anochecer, más incluso que la propia noche.

En cuando a la tarde que nos ocupa en este momento, tuvo mucho de especial. Amenazaba lluvia, y el pequeño trozo de sol que todavía podía ser visible, no lo era por estar oculto tras unas nubes agrisadas  que no cubrían del todo el cielo, dejando ver a cachos un cielo acariciado por los pocos rayos de sol que conseguían llegar a él. En el lado opuesto estaba dejándose ver ya la luna, casi llena, también vista entre nubes, como arropada pero a la vista, muy típico de nuestro astro, que poco o nada le gusta pasar desapercibida. Tras quedarme unos segundos junto al portal de mi piso, observando el paisaje todavía con la llave en la mano, tragué saliva, la recordé una vez más, y eché a correr con la vista fija en el horizonte, dejando la luna taras de mí, con la solemne promesa de que volvería, como siempre.

El piso en el que residía, cuyo alquiler pagaba siempre con retraso, estaba relativamente cerca de la universidad. La ubicación de ésta última, para muchos desafortunada, era para mí un gran acierto, en las afueras de la ciudad. Llegaba a ella desde mi casa, atravesando un camino bastante estrecho y de un solo sentido de circulación –salvando a los temerarios-, que va a dar a una carretera más ancha y bien asfaltada que termina en el mismo centro del campus. Era un camino estrecho como dije, algo largo, con campillos a ambos lados, unos con cultivos de todo tipo, y otros abandonados y descuidados. Era un sitio maravilloso para pasear cuando no circulaban coches –de ahí mi manía de salir a correr de noche-. Los vecinos de la zona solían sacar a pasear a sus perros por allí, y según te acercabas al campus, ibas encontrándote coches mal aparcados donde las parejas consumaban sus amoríos a escondidas –y no tan a escondidas…-, y un poco más allá, de día, veías multitud de estudiantes tumbados, sentados, o corriendo mientras leían, jugaban a las cartas o perseguían una pelota; y por las noches parecía un lugar completamente diferente sin ellos ocupándolo. Y en esas estaba yo, en medio de mi carrera nocturna, tan ensimismado en mis pensamientos y desvaríos, que no la vi venir, y poco más me doy de bruces con ella.

- ¡Oh! ¿qué diablos haces tú aquí? (...)


sábado, 29 de octubre de 2011

No tengo nada que decir.


No tengo nada que decir. Debe ser esa la causa de mi completa falta de ideas. Tras sabe dios ya cuanto tiempo sin escribir nada, decidí ponerme y escribir algo sí o sí, no obstante, pasados 20 minutos frente a la pantalla con la mirada fija en el folio en blanco del Word, y mi mente embriagándose en el bar de la esquina, discutiendo con mi sentido del humor si les va tocando o no pasarse por casa –que ya va siendo hora, joder-, eso fue todo lo que pude concluir.  

El caso es que sí, no tengo mucho que decir, y dado que no lo tengo, empiezo así. Y coño, para no tener nada que decir, ya he dicho bastante. Me recuerda a la canción de Fito de mismo nombre que este artículo. Vaya cabrón. El muy bellaco se gasta una canción entera para decirnos lo poco que tiene que contar, y vaya si cuenta. Un par de acordes, una frase, mucho morro, y ganas de dejar que sea su guitarra la que le cuente al resto todo lo que tiene que decir… y es un temazo.

Y es que cuando no tienes nada que decir, es mejor dejar que hablen las manos, los ojos, el pulso… la simple respiración, con frecuencia, dice mucho más de lo que jamás nos paramos a oír. Si ahora mismo la tuviese delante, le diría de todo sin soltar una palabra. No tengo nada que decirle pero quizá ella sí tenga mucho que oír. Y sinceramente, al menos en mi humilde opinión, las mejores conversaciones son aquéllas en las que el silencio es el que más ruido hace de los tres.

Y bien, está claro que yo hoy no tengo nada que decir, pero me tiraría hablando sin decir nada horas, y tan ancho. Pero no lo voy a hacer, que uno de los problemas de no tener nada que decir, es que se dicen muchas tonterías. 



jueves, 22 de septiembre de 2011

AL DÍA SIGUIENTE.




Daban las 12 cuándo al fin se dignó a aparecer por el salón. Yo estaba haciendo el payaso con mi guitarra, como frecuento hacer cuando trato de no pensar, de abstraerme del mundo. No hay nada mejor para evadirse que la música, la de uno  mismo. Interpretar es como soñar, como un mundo a parte, otra cosa, un paréntesis a nuevas sensaciones producidas por la propia canción, es como poder elegir cómo quieres sentirte, como escoger en qué pensar y en qué no, como… no sé, magia. No obstante no se ve igual desde dentro que desde fuera, pues era evidente que la burda imitación rocanrolera de Sabina –si me oye me mata-, que estaba improvisando con mi vieja guitarra española, a parte de haberla despertado, parecía hacerle mucha gracia, pues cuando me percaté de su presencia, estaba en el suelo, de rodillas, desternillándose.
-¿Cuánto llevas ahí? –pregunté sonrojado.
-Lo suficiente –contestó, sin tan siquiera levantarse del suelo. Resultaba divertido verla allí arrodillada, con nada más que su ropa interior y mi camisa de cuadros que se había agenciado ayer para dormir, puesta por encima, a la vez que trataba sin éxito de aguantarse la risa.
-No le veo la gracia, e… esto… ¿cómo decías que te llamabas? –dije yo, vacilando.
-Lo sabes de sobra –respondió ella fulminándome con la mirada. Ya no reía, ahora estaba seria, pero seguía igual de graciosa-. Se te da de miedo pinchar, ¿sabes?
-Por desgracia sí –contesté entre risas. Habían cambiado las tornas.
-En fin, perdona si no te ha hecho gracia que me riese, valga la redundancia –dijo levantándose del suelo y dirigiéndose hacia la cocina, insinuando una ofensa que no era tal.
-¡Eso nunca! –la detuve yo. Ella se giró curiosa y se quedó apoyada en el marco de la puerta-. ¿Desde cuándo es malo hacer reír? La risa es la razón por la que estamos en este mundo. Si me molestase hacer reír a los demás sería como negarme a dejarlos vivir. No soy tan egoísta.
-Hay más cosas que eso. Está claro que la risa es importante, pero de ahí a decir eso…
-Dime una –la interrumpí-, solo una cosa más importante que la risa.
-Pues no sé, la familia.
-¿Una familia triste?
-¡No!
-jaja, tu madre es la primera persona que te hace reír, cuando no eres más que un bebé. Además, no son cosas comparables. Lo que yo quería decir es que un día en el que no te has reído, es un día perdido. Cuando ríes eres feliz, prefiero gastar mi tiempo en reír que en cualquier otra cosa.
-Y así te va… mira que piso. Me sorprende que tengas leche en la nevera.
-No había. He bajado a comprar hace nada, y tostadas, por que te gustan las tostadas ¿verdad?
-¿Cómo lo haces? ¿Cómo haces para que te queden ganas para reír?
-Simplemente trabajo en ello. Si te dan a escoger entre ser feliz o millonaria ¿qué eliges?
-Feliz, claro está, pero…
-No hay peros. Prefieres ser feliz, y sin embargo trabajas para conseguir dinero, pero no haces nada por ser feliz.
Ella permaneció un tiempo callada, reflexiva, mientras su mano izquierda jugaba con su pelo, y su mirada perdida deambuló por la habitación hasta encontrarse en una foto que tenía sobre un viejo televisor lleno de polvo.
-¿Y cómo se hace? –preguntó ella al cavo de un rato.
-¿Qué?
-¿Qué tengo que hacer para ser feliz?
-Pues… lo primero –contesté yo sonriente-, desayunar.





viernes, 2 de septiembre de 2011

Ella.

Es increíble. Da igual el momento y el lugar, ella siempre deslumbra; sobresale por encima del resto, sin importar quién esté alrededor, y qué esté pasando. Es como si el mundo girase porque ella está ahí; como si todo lo que la rodea, estuviese puesto ahí estratégicamente para que ella combine a la perfección con el entorno… todo le queda bien, todo está ahí para ella.

Es muy guapa, y lo sabe. Su estricta melena lisa, de color castaño como el otoño, remata en su frente en un flequillo rebelde, indomable al igual que su alma, y que la hace humana como al resto. Tiene los ojos a juego, marrones, claros u oscuros según se le antoje, fríos y calculadores, en los que puede leerse a la perfección la palabra “quiéreme”, palabra que sus labios, suaves y dulces como la miel, parecen condenados a esculpir, una, y otra, y otra vez.

Es imposible no amarla. Y ella lo sabe. Jamás se detuvo ante nada. Si quiere algo, lo coge y no se para a pensar en nada más. Desconoce la palabra “no”, si no es pronunciada por su boca. Todo lo que hace es en su beneficio, o en su entretenimiento personal. Le encanta jugar, con todo. Todo se puede convertir en un juego para ella. La vida misma es un juego, el mayor de todos, y no tiene pensado perderlo.

Yo la odio. La odio por fijarse en mí. La odio por hacerme sentir la persona más importante del planeta cuando me dedica una de sus sonrisas a medias. La odio por quererme como solo ella sabe querer. La odio porque la amo. Y creo que sí, eso ella también lo sabe. 




lunes, 29 de agosto de 2011

Si no es por no actualizar...

En fin, empezaba a tenerte abandonado, amigo mío. Pero vuelvo, muy de vez en cuando, pero vuelvo. Os dejo aquí otro capítulo perdido del puñetero libro que algún día escribiré. Continuará, evidentemente.



-¿No tienes frío?
Me volví para verla. Sus ojos oscuros como la noche cerrada me observaban con tristeza. Se acercaba sonriendo, paseando como si nada malo pasase, como si todo fuese normal, pero en sus ojos podía leerse a la perfección que no era así. Los ojos delatan a las personas, y a ella más.
-No es una noche bonita –contesté volviendo mi vista al cielo-.  A las mezquinas luces de la ciudad a las qué creía estaba acostumbrado, se les ha unido esta bruma infernal, y juntas hacen inútil cualquier intento por encontrar una estrella a la que observar; una a la que mirar fijamente, mientras tus pensamientos vuelan sabe dios por qué recóndito hueco del universo; una a la que, si cabe, contarle todo aquello que te amarga hoy, todos aquellos secretos inconfesables que ella, como buena estrella, sabrá guardar mejor que nadie.  Pero no está.
-Yo sé guardar un secreto –me dijo con ternura.
-No como ellas. Ellas no se preocupan, solo escuchan, son un desahogo perfecto.
Bajé la vista y la observé un rato. Fruncía levemente el ceño, como intentando comprender, debatiendo interiormente si era hora de llamar a un psiquiatra o si era posible que todavía me quedasen fuerzas y ganas para bromear. No estaba muy segura, pero  se divertía.
-Las estrellas no hablan –dijo sonriente.
-¿Y quién quiere que lo hagan? Yo sólo quiero que escuchen. ¿Nunca les has hablado?
-Vale… deberías visitar a un médico. Y está empezando a llover. Ven, vamos allí, al menos no nos mojaremos –dijo señalando en dirección a un portal cuya puerta estaba introducida unos metros en la fachada del edificio-. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa?
-¿Hasta qué punto es horrible desear hacer algo que sabes que está mal? –pregunté.
-Pues… hombre, todos tenemos a veces nuestros feos deseos, pero no importa lo que queramos  hacer o no hacer. Importa lo que hacemos.
-¿Qué diferencia hay?
-Desear la muerte de alguien no te convierte en asesino.
-Quizá sí, si se te plantea la posibilidad de matarlo.
-¿Acaso has matado a alguien?
-jajaja, no, todavía no. Vámonos, tengo los pies congelados. Te acompaño a casa.
-No es necesario -contestó ella-, ten, coge este paraguas. Nos vemos mañana. Espero que algún día me dejes ser tu estrella.
Ya está, pensé, ya ha conseguido otra vez sacarme una sonrisa.
-Tal vez.
Y oyéndome decir esto último, se giró y se fue corriendo bajo las pocas gotas de lluvia que empezaban a caer, cerrándose a la vez el abrigo con las dos manos. Y mientras tanto yo allí quieto, con su paraguas en mi mano, viéndola irse.

domingo, 7 de agosto de 2011

Insomnio.

Insomnio. No lo sufro, lo padezco, o más bien me padece él a mí… y me compadece. Debe ser una tarea dura, noche tras noche, la misma historia. Mi sueño se va de copas, y hasta las tantas no se digna en regresar, y lo peor es que no puedo enfadarme con el muy villano, pues lo hace porque está cansado de pasar las noches junto a ti, y no me deja soñar. Y se confabula con mi colega el cansancio, que no me abandona jamás. Él dice que es para vigilarme, pero yo sé que es porque con él cerca, tampoco puedo pensar. Son amigos al fin y al cabo, que para eso están. No me gusta que hayan amenazado de muerte a mi memoria, para que tampoco te pueda recordar, al fin y al cabo la pobrecita ni pincha ni corta en esta historia,  pues yo no te guardo ahí, no, tú estás en otro lugar.  Y espero que no se enteren nunca de donde estás, pues por mezquino que sea este cansancio, y por mucho que extrañe a mi querido sueño, disfruto más las noches viendo a tu recuerdo revolotear por los recovecos de mi ruinoso corazón, que tumbado en una cama soñando con lo que pudo ser, no fue, y nunca será.

jueves, 21 de julio de 2011

A su manera.

Se ha ido otra vez. Ella viene y se va, constantemente, como si disfrutase con ello, como en un juego. Se lo pasa bien de hecho, no puede ser de otra manera. Y yo siempre me quedo igual, con una sonrisa en la cara, pensando, como un idiota –quizá lo soy-, cuánto tardará en volver de nuevo. No sé qué tiene, en serio, pero me fascina. Me fascina ella y me fascina más el hecho de que yo disfrute viéndola jugar. De hecho no estoy seguro de querer que deje de hacerlo, pues me agrada. Es… divertido, a su manera.

Lo malo son las esperas. Esas las odio. Pero en el fondo merecen la pena, porque sé que va a volver, es decir, ella viene y se va, pero viene, siempre lo hace, y volverá, por eso es divertido, porque vuelve. Y es que yo hay muchas cosas que no entiendo, como porqué un simple hola, ¿qué tal? Es capaz de hacerme sonreír, o porqué tras su fuga me quedo aquí, a las 2:45 de la madrugada, escribiendo esto, sin otro propósito que prolongar unos minutos más su imagen en mi cabeza; sin embargo, que ella volverá es algo que sí sé. Y es que en el fondo, sea como sea, en lo más profundo de su ser, en el más recóndito hueco de su corazón, yo sé que ella también me quiere. A su manera.


Hoy no hay foto, sería feo. Buenas noches. =D 

miércoles, 22 de junio de 2011

Otro corto. (Si, es un palíndromo)

Llevaba mucho sin actualizar, a causa de los exámenes, y cierta amiga mía -a la cual le dedico este corto-, que por cierto, a ver si se corta el pelo de una puta vez, me ha inspirado a escribirlo, sin ella querer nada de eso. Pero a mi es que hasta los gatos muertos me inspiran cosas. Dice así:


                Yo una vez tuve una profesora de lengua. Así como lo oís. La verdad es que como lengua dejaba mucho que desear, pero como profesora tenía su aquél. Recuerdo que era marinera –además de profesora y lengua en sus ratos libres-, pero se dedicaba a atracar barcos. Tenía una pistola de color rosa con balas a juego, -que nunca llegó a disparar por miedo a perder alguna- y un tanque. Me acuerdo del tanque por que solía llenarlo con cerveza. Menudas fiestas nos montábamos. Tenía unos amigos muy peculiares: Un jugador de póker japonés, que no sabía hablar español; un hombre invisible que se llamaba Casimiro; una mujer sirena llamada Bocina; y un camello sin jorobas al que llamaban Caballito. A todos los había conocido en los barcos que atracaba, pero son historias a parte.

Un día decidí preguntarle por qué le había dado por atracar barquitos, y me contó que de pequeñita le habían dicho que eso era el negocio del siglo. Dinero fácil, le oí decir. Yo siempre quise comentarle que lo de atracar no sonaba nada bonito, pero cualquiera se atrevía, al fin y al cabo tenía una pistola rosa, y como nunca le había visto usarla, pues no sabía si sabía o no. Qué cosas.

Lo malo de esta historia, es que tanto atracar barcos –más bien tanta cerveza- acabó pasándole factura, y la pobre desdichada compartió destino con el barco al que mandó a pique, en su último día como atracadora de barcos, y como profesora, y como todo lo habido y por haber, pues nunca se deja de ser tantas cosas, como cuando uno se va de viaje al otro barrio. Y de ahí no se vuelve, aunque sea por tonterías, como ésta, pues al parecer la muchacha perdió el control del timón, debido probablemente a que pesaba en cerveza del orden de 5 kilos más que hacía un par de horas, y el muelle parece estar en dos sitios a la vez, y por desgracia, eligió el que no era.

Esa es la versión oficial, pero yo sé que no fue así. Es cierto que iba borracha, pero estaba cansada ya, y ella siempre decía que no quería morir sin ser recordada. Y bueno, lo cierto es que lo consiguió, y ya no sólo por atracar de forma tan peculiar el barco de Marras –así se llamaba el dueño, que también la espichó-, sino por que se llevó consigo a más de 100 personas, pues no era pequeño el barquito. Y esto lo sé por que a los pocos días me llegó una pistola rosa con balas a juego, con una nota que decía:

“Qué tonta… eran bancos, no barcos. Ya decía yo que no me cuadraba la pistola en todo esto. En fin, voy a reiniciar, y esta vez lo haré bien. Un beso.
PD: No me gustan las balas, son feas, es que no sabía usarla.”

Cómo para saber... era una flor, con forma de pistola.


 


lunes, 9 de mayo de 2011

¿Dibujos Animados?

Hace unos días, me veía yo en mi sofá haciendo zapping, como tantas tardes de estudio en mi piso de estudiar, hasta que me topé de bruces con una serie de dibujos de éstas que están ahora muy de moda. “Anime” las llaman. Bien, pues no entiendo el porqué de ese nombre, ya que de animadas tienen lo que mi gata echando la siesta. Se tiran como 30 segundos con un puto dibujo de un ninja haciendo fuerza como si de cagar lo engullido en un mes se tratase, sin el más mínimo movimiento, con una mierda de zoom hacia su geta y un sonido de fondo de algo así como un “grrrr” que debía parecerles suficiente para “animar” la escena… Y claro, me quedé un rato, a ver si era yo, o que a lo mejor, estaban rellenando un poquito. Error. Lo siguiente fue un dibujo con otro personaje que debía ser el malo, ya que estaba allí parado con los brazos cruzados –que por otra parte, no me extrañó lo más mínimo…- sonriendo, y diciendo “jejeje”. Y con eso otro minuto y medio.
 Llegados a este punto me acomodé a fondo, por mera curiosidad de ver cómo diablos acababa esto, y si acababa, por que a ese paso un discurso del rey se me hace más corto. El endiablado ninja del principio comenzó como a hacer más fuerza todavía –“qué habrás comido, zagal” pensé yo-, y esto lo supe por que el “grrr” de fondo sonaba como con más fuerza, por que la imagen era exactamente la misma de minuto y medio antes, solo que con más zoom hacia su geta, y con el mismo –nulo- movimiento. Viendo así el panorama, no es de extrañar mi sobresalto, cuando al fin algo se movió ahí, y es que de tanta fuerza que hizo, al ninja de los cataplines se salió una cola fantasmal –si, si… tal cual-, y un fueguecito muy mítico de esas series alrededor. Esto se anima –pensé.  Pues no. Al malo pareció no importarle el nuevo “look” del prota, pues siguió tal cual –mismo dibujo, misma imagen, mismo “jejeje”-.
Pero bueno, no todo podía ser tan malo. Ahora el ninja saltará sobre el chulito ese del gorro y se lo comerá o algo –me dije-. Craso error de nuevo. Mismo dibujo, mismo movimiento –ya sé que me repito, pero es que NO se movía NADA-, mismo “grrrr”, sólo que ahora con un punto más de intensidad, como si de un cambio de marchas se tratase… y ¡pam! Nada más y nada menos que otra nueva cola le salió al amigo. ¡Dos colas! –Grité yo estupefacto- ¡a donde vamos a parar! –es ironía, lo explico para los lectores idiotas, que los hay-.
¿Y a que no sabéis qué hizo el malo ante este nuevo e inesperado giro argumental? En efecto, nada en absoluto. Mismo dibujo, mismo movimiento –lalalalala-, y mismo “jejeje”. Es en estos momentos cuando te paras a reflexionar en la idiotez de los malos. Que vamos, no hay que ser muy listo, para darse cuenta de que esas colas lo acabarán matando. Que seguro que si le ataca ahora se carga al ninja de las colas –madre mía, que potencial tiene este guión, no sé como no está en el cine todavía…-, pero en vez de eso, prefiere esperar entre risitas a que se saque la novena o décima cola del ojal, que si no, es demasiado fácil… En fin.
Y nada, que después de todo el capítulo con el bueno sacándose colas, y el malo con su “jejeje”, el primero pegó un grito fuerte y le salió la que parecía –o eso creo…- la última y cuarta cola, que claro, yo pensé, amigo… tienes 4 colas fantasmales de esas saliéndote del culo, da igual que entren o salgan, ¡eso tiene que doler! ¿No será más sencillo usar una pistola? Digo yo eh, no voy a ponerme criticón ahora… y ahí si, ahí ya reaccionó el malo. Se le cambió la expresión de júbilo y el aire chulesco por algo que parecía preocupación –si es que te lo dije… tanto “jejeje” tanto “jajaja” y al final ala, cuatro colas… ¿Y ahora qué, eh? Tonto del culo-, y con esa nueva expresión del malo, y con un nuevo zoom hacia su careto de rabia, decidieron estos grandes guionistas dar por finalizado el capítulo. Que oye, para que negarlo, en el fondo me alegré. Lo que no me alegró en absoluto, sino todo lo contrario, es pensar que hay gente que ve esa serie –esa y otras como esa, que son todas así-. Una serie en la que un capítulo de 20 minutos, lo llenaron por completo con cuatro dibujos. Ni uno más. Eso si, los dibujos muy chulos y con mucho detalle. Sólo faltaba.

sábado, 23 de abril de 2011

Breve historia de amor.


Salí afuera, pues ya no aguantaba más el aire viciado ni la conversación forzada, y fui directo a sentarme en la barandilla de piedra, justo al lado de las escaleras, a contemplar el mar. Era un buen sitio para pensar. En la calle apenas se veía un coche o dos. Un transeúnte se paró a preguntar a una pareja si tenían fuego, y ella lo complació sacándose un mechero del bolso. Fijé la vista en el cielo intentando encontrar alguna estrella, pero las endiabladas luces de la ciudad apenas permitían vislumbrar cuatro o cinco. Aún así –pensé- se estaba bien allí. Al poco rato me siguió ella, sigilosa como un gato que escudriña a su presa en la oscuridad. Tanto, que de no ser por ese perfume olor a violetas tan dulce que la caracterizaba, no habría reparado en su presencia. Decidí girarme después de meditarlo unos segundos, y la vi allí, de pié, con la rosa que hacía apenas hora y media le había regalado, encajada a la perfección en su pelo rizado color castaño, que ondeaba suave, con la floja brisa nocturna que movía también la falda de su vestido, fría, y gracias a la cual me mantenía despierto.
–No soy el chico que buscas –apunté, previo a tragar saliva-. No soy lo que parezco, sea lo que sea lo que parezco.
Ella frunció un poco el ceño. Su mirada melosa se tornó en desilusión. Parecía no comprender el porqué de mis palabras.
–Pareces un chico sincero, divertido, con mucho sentido del humor y del que parece imposible aburrirse–respondió despacio, casi sonriendo.
–En ese caso, está claro que soy un maestro del engaño.
–Puede ser, pero yo no busco un galán esta noche –continuó, ahora ya sí, sonriendo como la había visto hacer cuando me la presentaron-. Hoy lo que me apetece…
–Sé lo que buscas –interrumpí-. Buscas una distracción, como todos, algo que te llene ese vacío que te hace sentir sola, ese vacío que sabes que no llenará nada de lo que hagas hoy, pero que, a pesar de que mañana te arrepentirás de todo, conseguirás evitar esta noche durante un par de horas, y te hará sentir bien hasta que despiertes, y se deshaga el engaño…
Ella se acercó a mí, clavando sus ojos verdosos en los míos, y abrió la boca para replicarme lo que acababa de decir, pero yo fui más rápido.
–Estoy cansado de ser la mentira –continué- y de breves historias que desaparecen al día siguiente con la primera luz del alba.
–¿Cómo puedes ponerle fin a algo que no ha empezado?
–Acabará, y mal, como siempre –dije yo, girándome de nuevo hacia el mar.
–Eso no puedes saberlo –contestó ella, acercándose un poco más. Podía sentir su respiración a mi espalda.
Me situé de medio lado, subiendo una pierna a la barandilla, y me quedé observándola durante un rato, sin saber exactamente qué decir. Ella me sonreía graciosa. Estaba guapísima con su vestido rojo. El collar negro por encima de su escote, junto con la rosa que le había regalado, combinaban a la perfección haciéndola más guapa si cabe en medio de la oscuridad, que a pesar de las luces, la noche conseguía crear a su alrededor.
–No quiero hacerte daño.
Casi sin dejarme terminar la frase, apoyó un dedo en mis labios, y rogó silencio con un siseo suave y silencioso.
–Me encantas –susurró, acercando cada vez más su cara a la mía, hasta que nuestros labios se rozaron, y pude sentir presión de los suyos sobre los míos, fríos y húmedos, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
–No quiero hacerte daño –repetí, esta vez en voz baja.
–Pues yo –dijo con la voz más dulce que jamás he oído-… hace rato que no pienso en otra cosa.





viernes, 8 de abril de 2011

Date por aludido, si quieres.

Pesetero me llaman.
Según la RAE:
Pesetero, ra: “Dicho de una persona: "Aficionada al dinero, ruin, tacaña, avariciosa.”
Me resulta curiosa la facilidad que tienen algunas personas –en ocasiones hasta se hacen llamar amigos- de apodarte con un adjetivo del cual, probablemente, no tienen la menor idea del alcance de su significado. Por incultura, desconocimiento, falta de meditación, o lo que sea. Lo malo es que los que tenemos un mínimo de conocimiento nos ofendemos –me incluyo simplemente por ese hecho, ofendido me hallo-, nos duele de veras que un maldito incompetente tenga la jodida indecencia de llamarte sutilmente algo tan apestoso como “pesetero”, pensando (es un decir) en su
vacía mente, que sus palabras nada más quieren decir que debías haber abonado cierta cantidad, y por tacañería no lo has hecho. Olé tus cojones, muchacho.
Y aún encima se creen mejores. ¿Por qué mandas ese mensajito entonces? ¿Acaso el objetivo no es que pague? ¿No es tu intención ofenderme para que me vea en la obligación de abonar esa
cantidad? ¿No eres tú el que pasa por alto la cortesía de darme la oportunidad de enterarme yo mismo que me olvido de algo, y pone por delante el incremento de su bolsa a una relación personal? Amigo mío, no cuela. Como venimos diciendo los españoles desde mucho tiempo atrás, “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”.
Pero aquí estoy yo, viéndole el lado positivo a semejante afrenta –si, tiene un lado positivo-. Lo bueno de toda esta parafernalia, es que el susodicho –y muchos otros que lloverán- se delató a sí mismo, dándome a conocer por primera vez desde que lo conozco –hay que joderse con la redundancia- la maravillosa persona que es. Y eso es bueno, porque una vez si, amigo, pero dos no, colega.
Espero que te aproveche lo que ha crecido tu saca.

viernes, 18 de marzo de 2011

Tiempo pasado.

Hace nada, cuando acabé de leer el tercer libro de la saga “Alatriste”, de Arturo Pérez Reverte –genial, como todos- me quedé meditabundo durante largo rato, impresionado por el gran final
que acababa de leer, y a la par, hasta melancólico diría yo, no sé muy bien si porque ya no tenía más libro que leer, o porque esos tiempos de antaño, cuando el honor y la vergüenza bastaban para tener en estima  a una persona –o todo lo contrario-, me parecieron por momentos mucho mejores que los que nos consumen hoy en día –o menos malos, quizá-.
Curiosamente, siempre que reflexiono de esta manera, recordando tiempos anteriores, o imaginándolos cuando son demasiado “anteriores”, aparte de quedárseme una cara de lo más “hostiable” –mi padre solía llamarlo estar en Babia- recuerdo ciertos versos, de Jorge
Manrique, que dicen:
Cuán pronto se va el placer
Cómo después de acordado da dolor
Cómo a nuestro parecer,
Cualquier tiempo pasado fue mejor.
Es de mis preferidos, no cabe duda. Ya desde pequeño, cuando mi madre, después de una comida a base de coliflor, o de bacalao –de esas que comemos a regañadientes, vamos-, nos daba
un postre a modo de recompensa, y yo, como buen amante de los dulces que soy, lo engullía sin que a los demás les diese tiempo de sacarlo del envoltorio, pensaba en él mientras observaba como el resto iba saboreando poco a poco sus respectivos y acaramelados postres –Cuán pronto de va el placer…-
Echo de menos la buena poesía, la de verdad, la que se hacía antes. Y no sólo a ella, también a la buena música –lo de hoy en día yo lo llamo ruido, no música- o la buena pintura, el arte en
general. No hace falta que diga mi opinión sobre el “arte abstracto”, supongo… menuda panda de desgraciados, aunque en el fondo los entiendo, hay que hacer vida como sea. Dónde quedaron los cuadros del gran Velázquez, las imponentes construcciones de los romanos, o las impresionantes obras de Bach, Beethoven, Mozart... etc.
 En fin. El avance, ya se sabe, ahora somos mejores que antes. Y mañana más, si cabe.



Por cierto, en una de esas meditaciones, se me ocurrió este palíndromo, que, aunque no tiene nada que ver, lo pongo (es mi blog y hago lo que me sale de la chorra):
“Oye sol, anulan una luna, lo sé yo.”
 (Si, se lee igual al derecho que al revés, compruébalo hombre, que ahí está la gracia).



miércoles, 9 de marzo de 2011

Ojos Tristes.



Las vueltas que da la vida. Como la hoja otoñal que cae del árbol, en su transcurso hasta llegar al suelo, con la bendita incertidumbre de no saber hasta el último suspiro, su lugar de aterrizaje, pues una simple bocanada de aire, y dará un vuelco más, o dos, y cuando en un principio todo daba pié a creer que el final iba a ser una cama de hierba humedecida por el rocío, siempre fiel a la fría noche, sobreviene un resoplido, y el suelo se convierte en un charco de barro. Claro que, habrá quien prefiera el barro.

Es inexplicable lo costoso de aprender de las hostias que da la vida, y tras tomar buena cuenta de ellos, y, bajo promesa solemne, apurar unas normas, unos “nunca más”, y que una simple mirada desvalida, ese par de ojos tristes, fijos en los propios, como quien quiere ver más allá –estoy convencido de que tienen ese poder- y esa endiablada incertidumbre entre lo que está bien y lo que da asco, las hacen volar de tu cabeza al son de un suspiro taciturno, a modo de falsa desesperación, como quien no tiene otro remedio, y decide claudicar –o le deciden, más bien-...
Todo tiene una razón de ser, hasta los actos más estúpidos –a veces, en éstos, la simple estupidez es la razón- como la mosca que va directa a la luz. Si supiese el final que le espera… ¿Iría igual? ¿Y si solo tuviese la incertidumbre de lo que puede pasar? “Si, por que mientras va, es feliz”. Las moscas son estúpidas… pero quien me dio esa respuesta no, al menos no del todo (Nota: “equis de”), y si algo totalmente irracional, como ir directo a lo que sabes te va a matar –o es muy probable que lo haga- es capaz de sacarte una sonrisa, pues mira… La gente últimamente, se tira mucho en paracaídas.
Lo único que me da miedo de todo esto, es que todavía no tengo clara la razón. La mía. Igual es estupidez –lo cual sería un consuelo- o igual es que, a pesar de todo, sigo echando de menos esos ojos tristes. 

sábado, 5 de marzo de 2011

Aaaaaaaaaaachís!

No era fácil... 
Salí una noche, una. En lo que va de año no se me había planteado la idea de volver a darme una vuelta nocturna por las calles coruñesas, con sus gentíos arrabaleros, sus garitos nada sugerentes, o mucho, pero inaccesibles si no es por contactos, pasta, droga, o escote prominente. Alguno se salva, o eso creía yo.
Es cierto que de noche y con un par de copas encima las cosas se ven de otra manera, o bueno, más bien se recuerdan de otra manera, pero mi odio, probablemente infundado, hacia cierta ciudad y sus noches no altera mucho, para mal, la realidad callejera como la describo. Si algo la enturbia, es mi gusto, o criterio, o llámesele como quiera. Ocurrió tal que así:
Después de una cena estupenda, con los participantes de la sabe dios qué edición de “interescuelas aparejadores”, teníamos previsto salir a cierta discoteca coruñesa, bastante conocida por allí, y que la verdad, estaba bastante bien. Lo cierto es que no tenía pensado ir, puesto que el tiempo no me sobra –pero ya se sabe: cena, vino, postre, licor café, ciego bonito… ¿cama? ¡Venga hombre!- pero acabé yendo, es inevitable. Iba guapo yo… íbamos, en general, se conoce a mucha y muy buena gente en ese tipo de encuentros entre universidades, yo hice muchos amigos, no recuerdo a ninguno, pero los hice –guardo un mechero de a 1€, un par de fotos estrafalarias, y una pañoleta típica valenciana que así lo demuestran. De todas formas, hasta ese punto la noche iba bien, reía con los chavales, conocí a un par de chicas, me saqué fotos con ellas como las que me saco siempre que salgo, perdiendo absolutamente toda la dignidad que pudiese quedarme, y hasta ahí, como he dicho, todo bien. Pero a eso de las 4 ya empecé a entrar en razón, y me dije que eran horas de dejar de hacer el payaso e irme a dormir, que tenía trabajo, y cuando me dirijo a donde habíamos dejado nuestros chaquetones, me doy cuenta –me llevó un tiempo- de que el mío no está por ninguna parte. Busqué hasta por el suelo, entre las miles de piernas que allí había –aprendí mucho de zapatos y de moda, eso sí- por si acaso se había caído, o se había ido a dar un paseo…  –realmente sabía que era estúpido, pero bah. En ese momento se me evaporó el alcohol de golpe, y mi mente amaneció por completo. En el abrigo, entre los cascos, un gorro, unos pañuelos de papel usados, y un chicle envuelto en un trozo de folio, estaban las llaves de casa…
Yo no sé que clase de retrasado mental, y paria social decide y en qué momento, coger un abrigo que no es suyo, de un montón de abrigos, y para colmo, el más barato de todos, y, con permiso de mi buena madre –a caballo regalado…- el más feo también. Se ve que tubo frío, y pensó, ¿por qué no? Total… en fin, eso en Vigo no pasa.
Y allí me quedé, como un idiota, esperando a ver si aparecía por alguna parte, preguntando de vez en cuando si habían visto un chaquetón azul marino… lo cierto es que alguna respuesta ingeniosa me llevé, y alguna mirada inexpresiva también, hay gente para todo, y luego están ellos, y ellas, que no se me enfade la ministra, los gilipoyas y las gilipoyos. El caso es que dieron las 8, y después de pasarme toda la noche observando a la gente –mira que llegamos a ser imbéciles cuando salimos… es horrible, mi gozo en un pozo, pero ya hablaré de ello otro día- cuando ya habían cerrado la mierdateca, y no quedaba nada más que basura por el suelo –otro tema que tocaré…- cogí el primer autobús de la mañana para irme a casa sin saber muy bien como entrar, y me agarré un bonito mini constipado por el jodido frío que hacía. ¿Lo bueno de esta historia? Que estoy seguro, de que el hijo de puta descerebrado que decidió agenciarse mi abrigo, todavía tiene restos del chicle pegados entre las uñas.

   
PD: sé que no es un post en mi línea, pero tenía que contarlo. Un abrazo.

martes, 15 de febrero de 2011

Me quejo demasiado.

No se si os habréis dado cuenta –los que me conocen, seguro- de que soy mucho de quejarme. Me quejo con frecuencia de las muchas cosas que me molestan, no obstante, no lo suficientemente alto, aunque a pesar de ello, muchas veces me han replicado con un “pero cállate” o un mucho más oportuno “pero si eso pasa en todas partes”. Bien, no se si es verdad que lo que me sucede a mi en el día a día en mi queridísima escuela –si, es una escuela, no una facultad, por mucho que se quejen las abuelas cuando se lo dices, quedándose asombradas de que su nieto esté todavía en la escuela- les pase al resto de los mortales en la suya, pero me han reprochado en varias ocasiones que me quejo en exceso –y no digo que no-, y si es así, y de verdad esto pasa en todas partes… ya está bien, coño, que parecemos idiotas –van a tener razón las abuelas, al final-…
Al margen de las manías seniles y las demencias tontas –tal cual- de muchos profesores, que se a ciencia cierta que los hay en todas partes, lo de mi escuela no tiene nombre. Estamos hartos ya –yo, por lo menos- de profesores autócratas que se creen con derecho a mandar lo que les viene en gana, aunque no entre en el temario, con el único fin de tenernos entretenidos y no tener ni que presentarse a las clases con la excusa de “así tenéis más tiempo para hacerlo”;  de profesores cuyo objetivo en esta vida, no es otro que inculcarnos su odio a la sociedad y al mundo que les rodea, y que dedican el 50% de las clases a cagarse en el funcionamiento de la escuela, en el rector, en el alcalde, y si le dejan, hasta en la madre que los parió; de profesores que por no tener, no tienen ni el título que a mi profesión respecta, y la clase, y la asignatura en si, la dan a su manera, enseñándonos –o intentándolo, más bien- mil clases y tipos de mierda que ni nos va ni nos viene, dándole más importancia, a la presentación de un trabajo, matizando que las páginas deben estar numeradas en el centro del folio, y no en una esquina, que al contenido del mismo; y hasta aquí lo tolero, por que imagino, y quiero creerlo así, está a la orden del día en cualquier parte de España. Pero si hay algo que no puedo tolerar, es un profesor ignorante.
Hace un par de días, unos compañeros a los que no tenía el gusto de conocer, les tocaba presentar un trabajo de mierda –y digo de mierda no por que fuese malo o estuviese mal hecho, que lo dudo, digo mierda por que es lo que era-, y como tal iba a ser la clase, decidí no asistir, por que sinceramente, tengo muchas cosas que hacer, y pasar una hora viendo a unos compañeros hablar basura por mandato, no me atrae. Hice bien, pues de haber estado presente, no se si habría sido capaz de estar callado, como todos los presentes en ese momento –incluso los compañeros que exponían- tuvieron a bien hacer. El caso es que, a mitad de la exposición, al señor profesor (cuyo nombre no quiero mencionar) se le antojó averiguar el significado de la palabra “ápice”, utilizada por mi compañero en ese momento. Él aseguró que su intención era conocer si el susodicho compañero conocía su significado, más a estas alturas, y decepción tras decepción, pongo en duda su conocimiento de dicha palabra –tenían que ver su cara… su mirada es la viva imagen del vacío-. Lo más curioso, es que el muy energúmeno, no debió quedar satisfecho con la más que válida definición que el alumno en cuestión tuvo a bien responderle, y, válgame dios, o la virgen, o quien sea, que a pesar de que esto no me llegase de oídas, pues como bien dije, no estaba allí, me costaría tanto, o más,  creer que el muy animal sugiriese que dichos compañeros hubieren copiado el trabajo por uso de palabras que si no fuere así “no se les ocurriría utilizar” –eso apuntilló el muy lúcido…-
Y lo peor es que quedaron callados, resignándose a la acusación sin más reparo que un “para nada”. Iba a ser yo. Si el muy imbécil es tan ignorante como para no saber escribir utilizando palabras no tan comunes, por no haberse leído un puñetero libro en su insulsa vida, no es su culpa, ni la de nadie, más que la suya propia. Y que los desconozca por ignorante –tiene coña lo que estoy a punto de decir- pasa, pero que por desconocimiento suyo, tache a unos alumnos de haber copiado… me toca la moral. Y los muy idiotas –pobres idiotas, más bien- se quedan callados, sin decir ni pío, esperando, como a ver si se le pasaba la estupidez, y entraba en razón. País de imbéciles… y por que queremos, o más bien, por que lo asumimos. Sin más.
En fin, que me quejo demasiado. Dicen…

miércoles, 9 de febrero de 2011

Prefiero ser inculto.

A mi me gusta este país. Me gusta, y todavía no sé por qué. Y si aún no lo sé, es porque la de razones que me invitan a decir aquella frase de “que paren el mundo que yo me apeo” son tantas y tan presentes en el día a día, que prácticamente las cambiaría todas por que cada mañana me diesen una patada en los cojones al levantarme a cambio de que desapareciesen por completo (los motivos, déjenme los huevos en su sitio). Pero si tuviese que elegir una que sin duda me toca la moral con más fuerza que ninguna otra, es la fantástica discusión diaria en lo referente a las corridas de toros. Créanme, “patada en los huevos” es una expresión que se queda corta.
Tiempo atrás, cuando no existían los entretenimientos generales de hoy en día, y lo de asistir al teatro, o a la ópera era cosa de adinerados, el único entretenimiento que había –a parte de hacer hijos a mansalva – era asistir a los actos populares que se celebraban en la plaza de la ciudad. Por supuesto, por actos populares, me refiero a celebraciones que iban desde grandes festines, con sus correspondientes bailes y banquetes, hasta la quema de infieles en las hogueras, o las ejecuciones en la guillotina de traidores a la corona –a la corona o a lo que les saliese del mismísimo-. Entre todos estos actos populares, se encontraba –y se encuentra todavía, para desgracia nuestra –las dichosas corridas de toros. La única razón por la que estos “festejos” no han sido prohibidos, al igual que las ejecuciones públicas, o las peleas de gallos, es por que “los toros son cultura”. Pues bien, yo prefiero ser inculto.
Según la RAE, cultura popular es “el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Correcto, matar a pedradas a la mujer de un cornudo es tradición, arrancar el clítoris a una recién nacida es tradición, y, en fin, será por tradiciones que todos conocemos y condenamos por que no son “las nuestras”, y que como tales, forman parte de las culturas de otros países a los que nos atrevemos a llamar “tercermundistas”. Ya basta de hipocresía. Si la cultura implica ver la paja en el ojo ajeno, y tacharnos a nosotros de primermundistas, yo prefiero ser inculto; si la cultura implica dividir a un país en dos –un país ya dividido de por si por la grandísima ignorancia que se nos inculca desde jovenzuelos –yo prefiero ser inculto; si la cultura implica martirizar a un animal hasta su muerte, y que el graderío estalle de júbilo cuando el payaso principal (mis disculpas al gremio de payasos…) ha rematado su faena al ritmo de “olés”, yo prefiero ser inculto.
Y táchenme de antisocial, de salvaje, o de los que les venga en gana, pero cuando un toro se carga a un payaso de feria de esos (no hay más que ver como visten…) yo me alegro. Y lo celebro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Yo no fumo.

Yo no fumo. Al menos sobrio no lo hago. No lo hago, entre otras cosas, por que no me gusta. No me gusta el jodido olor que desprende, y que deja en la ropa el humo del diablo, no me gusta la cara de idiota que pone la gente cuando te habla con un pitillo en la mano, no soporto la subnormalidad que para mi representa pagar (y no poco) por algo que lo único que hace es acortarte la vida, no obstante, hasta ahora, cuando alguien fumaba a mi lado, simplemente me aguantaba, si me interesaba quedarme allí, o me iba, si me tocaba demasiado los genitales el humillo de marras. Y, sinceramente, ahora sigo haciendo igual. Me parece lamentable la de imbéciles que se creen con derecho a recriminar a alguien que fume a su lado, “es que ahora es ilegal”, “la ley me dice que denuncie”, “yo no tengo por que estar respirando ese humo”… pues no, la verdad es que no, no tiene usted por qué, así que si no quiere… lárguese; “Es que a mi me gusta este bar”. Bueno mire señora, a mi también me gusta, pero si el día de mañana se llenase de cantaores de flamenco (es legal cantar en los bares, lo aclaro por si las moscas), dejaría de venir, y por supuesto, ni se me ocurriría denunciarlos, a no ser, que fuese ilegal cantar flamenco (que debería…) en fin, todo llegará. Hemos llegado a tal situación, en la que uno puede comprar tabaco en un local perfectamente apto para vendérselo dentro de toda legalidad, pero si quiere fumárselo, tiene que irse a la calle. A mi me parece de una hipocresía inaceptable. Y lo que es peor es que lo acatamos, y caemos en todos los cebos que nos echan… “es por su salud, si ve a alguien fumando, denúncielo”, y claro, nosotros más chulos que nadie, le suplicamos con cariño, “o se va a fumar a otro lado o le denuncio, caballero”. ¿Y por qué no se va usted? Si no le gustan los fumadores, ¿por qué entra en un local en el que dejan entrar a fumadores? Yo no se tu… pero a mi no me gustan las pistolas, y por supuesto, no entraría en un local donde la gente va a disparar armas, por muy bonito que sea, pero claro… es mejor denunciarlos, y que se vayan a disparar a la calle, y el dueño del local, que se joda. No cabe un tonto más, como dice Reverte, nos caeríamos al agua.
Y diréis, pero este… si no fuma, ¿por qué tanta tontería con una ley que ni le va ni le viene? Pues bien, por que odio la hipocresía. No voy a entrar en temas de política, por que no me da la gana, no son ellos los que me fastidian, somos los españolitos que le damos nuestra bendición como idiotas. Dentro de poco los fumadores tendrán que gritar como antaño hacían los leprosos: -“sucio, sucio”. Así todos sabremos a quien nos podemos acercar y a quien no. Las historias que se me vienen a la cabeza son innumerables…
-         Joder, que vergüenza, hace dos días estaba en un puticlub, y por culpa de la jodida ley de mierda, tuve que salir a fuera a fumar. Cada vez que pasaba una persona y me veía, me moría de vergüenza. A saber cuantos se habrán enterado de que fumo…
-         Ayer salí a comprar el pan en calzoncillos… la panadera me dijo que o tiraba el pitillo o no me dejaba entrar.
-         Ey tío, ¿me dejas el mechero? Tranquilo, no es para fumar, es para quemar el contenedor y echarnos unas risas.
A mi no me engañan, que prohíban el tabaco. O bueno, que prohíban el flamenco también, con eso me conformo. Y combinar el rosa con el negro, es súper hortera…
Saludos y que tengan un buen día.

viernes, 21 de enero de 2011

Luna nueva.

Maravilla cinematográfica. No solo trata de uno de los temas más inusuales y reivindicativos que existen desde que el mundo es mundo, si no que aún por encima lo remata con unos más que excelentísimos actores y grandísima calidad de guión. Puedo decir sin temor a equivocarme, que ésta y la anterior han conseguido que mis ganas de ver la siguiente entrega sean las mayores que jamás ninguna película ha conseguido, y solo para ver si hay un poco de suerte y el puto vampiro nenaza de mierda se muere a causa de lo jodidamente empalagoso que es, y arrastra con él a la payasa de la protagonista y a su mierda de hombre lobo metrosexual. Supongo que a estas alturas SI habréis notado mi sarcasmo inicial.

Creo que es imposible hacer una mierda mayor. No solo es una zalamería infinita con la chica inofensiva que se enamora del chico fuerte que la salva de una muerte trágica y accidental, si no que aún por encima el chico fuerte no es más que una mierda de vampiro super man al que no le afectan ni los ajos y la luz del sol en vez de matarlo lo hace brillar como brilla la luna a la sola luz de un par de candelabros. Ah, y esto sin mencionar la maravilla de hombres lobo que aparecen... que se les debe ir el presupuesto en cera, eso... o se someten a depilaciones laser semanales, pero bueno, ya se sabe, hay que estar siempre a la moda, ya seas hombre lobo, rata de alcantarilla o presidente del gobierno. En fin... lo voy a dejar aquí por que me sienta mal recordar lo mucho que me aburrí mientras a mi lado lloraban desconsolados por el amor súper idealizado del que jamás van a "gozar".

Y bueno, mi consejo es que a no ser que padezcas de insomnio (para el cual es un remedio abrumador), cuando alguien te proponga ir a ver este peliculón, lo más suave que le digas es que masturbarse viendo a Carmen de Mairena te parece un mejor plan.

Nada más. Un saludo, y que tengan una feliz tarde ausente de vampiros.