Etiquetas

viernes, 18 de marzo de 2011

Tiempo pasado.

Hace nada, cuando acabé de leer el tercer libro de la saga “Alatriste”, de Arturo Pérez Reverte –genial, como todos- me quedé meditabundo durante largo rato, impresionado por el gran final
que acababa de leer, y a la par, hasta melancólico diría yo, no sé muy bien si porque ya no tenía más libro que leer, o porque esos tiempos de antaño, cuando el honor y la vergüenza bastaban para tener en estima  a una persona –o todo lo contrario-, me parecieron por momentos mucho mejores que los que nos consumen hoy en día –o menos malos, quizá-.
Curiosamente, siempre que reflexiono de esta manera, recordando tiempos anteriores, o imaginándolos cuando son demasiado “anteriores”, aparte de quedárseme una cara de lo más “hostiable” –mi padre solía llamarlo estar en Babia- recuerdo ciertos versos, de Jorge
Manrique, que dicen:
Cuán pronto se va el placer
Cómo después de acordado da dolor
Cómo a nuestro parecer,
Cualquier tiempo pasado fue mejor.
Es de mis preferidos, no cabe duda. Ya desde pequeño, cuando mi madre, después de una comida a base de coliflor, o de bacalao –de esas que comemos a regañadientes, vamos-, nos daba
un postre a modo de recompensa, y yo, como buen amante de los dulces que soy, lo engullía sin que a los demás les diese tiempo de sacarlo del envoltorio, pensaba en él mientras observaba como el resto iba saboreando poco a poco sus respectivos y acaramelados postres –Cuán pronto de va el placer…-
Echo de menos la buena poesía, la de verdad, la que se hacía antes. Y no sólo a ella, también a la buena música –lo de hoy en día yo lo llamo ruido, no música- o la buena pintura, el arte en
general. No hace falta que diga mi opinión sobre el “arte abstracto”, supongo… menuda panda de desgraciados, aunque en el fondo los entiendo, hay que hacer vida como sea. Dónde quedaron los cuadros del gran Velázquez, las imponentes construcciones de los romanos, o las impresionantes obras de Bach, Beethoven, Mozart... etc.
 En fin. El avance, ya se sabe, ahora somos mejores que antes. Y mañana más, si cabe.



Por cierto, en una de esas meditaciones, se me ocurrió este palíndromo, que, aunque no tiene nada que ver, lo pongo (es mi blog y hago lo que me sale de la chorra):
“Oye sol, anulan una luna, lo sé yo.”
 (Si, se lee igual al derecho que al revés, compruébalo hombre, que ahí está la gracia).



miércoles, 9 de marzo de 2011

Ojos Tristes.



Las vueltas que da la vida. Como la hoja otoñal que cae del árbol, en su transcurso hasta llegar al suelo, con la bendita incertidumbre de no saber hasta el último suspiro, su lugar de aterrizaje, pues una simple bocanada de aire, y dará un vuelco más, o dos, y cuando en un principio todo daba pié a creer que el final iba a ser una cama de hierba humedecida por el rocío, siempre fiel a la fría noche, sobreviene un resoplido, y el suelo se convierte en un charco de barro. Claro que, habrá quien prefiera el barro.

Es inexplicable lo costoso de aprender de las hostias que da la vida, y tras tomar buena cuenta de ellos, y, bajo promesa solemne, apurar unas normas, unos “nunca más”, y que una simple mirada desvalida, ese par de ojos tristes, fijos en los propios, como quien quiere ver más allá –estoy convencido de que tienen ese poder- y esa endiablada incertidumbre entre lo que está bien y lo que da asco, las hacen volar de tu cabeza al son de un suspiro taciturno, a modo de falsa desesperación, como quien no tiene otro remedio, y decide claudicar –o le deciden, más bien-...
Todo tiene una razón de ser, hasta los actos más estúpidos –a veces, en éstos, la simple estupidez es la razón- como la mosca que va directa a la luz. Si supiese el final que le espera… ¿Iría igual? ¿Y si solo tuviese la incertidumbre de lo que puede pasar? “Si, por que mientras va, es feliz”. Las moscas son estúpidas… pero quien me dio esa respuesta no, al menos no del todo (Nota: “equis de”), y si algo totalmente irracional, como ir directo a lo que sabes te va a matar –o es muy probable que lo haga- es capaz de sacarte una sonrisa, pues mira… La gente últimamente, se tira mucho en paracaídas.
Lo único que me da miedo de todo esto, es que todavía no tengo clara la razón. La mía. Igual es estupidez –lo cual sería un consuelo- o igual es que, a pesar de todo, sigo echando de menos esos ojos tristes. 

sábado, 5 de marzo de 2011

Aaaaaaaaaaachís!

No era fácil... 
Salí una noche, una. En lo que va de año no se me había planteado la idea de volver a darme una vuelta nocturna por las calles coruñesas, con sus gentíos arrabaleros, sus garitos nada sugerentes, o mucho, pero inaccesibles si no es por contactos, pasta, droga, o escote prominente. Alguno se salva, o eso creía yo.
Es cierto que de noche y con un par de copas encima las cosas se ven de otra manera, o bueno, más bien se recuerdan de otra manera, pero mi odio, probablemente infundado, hacia cierta ciudad y sus noches no altera mucho, para mal, la realidad callejera como la describo. Si algo la enturbia, es mi gusto, o criterio, o llámesele como quiera. Ocurrió tal que así:
Después de una cena estupenda, con los participantes de la sabe dios qué edición de “interescuelas aparejadores”, teníamos previsto salir a cierta discoteca coruñesa, bastante conocida por allí, y que la verdad, estaba bastante bien. Lo cierto es que no tenía pensado ir, puesto que el tiempo no me sobra –pero ya se sabe: cena, vino, postre, licor café, ciego bonito… ¿cama? ¡Venga hombre!- pero acabé yendo, es inevitable. Iba guapo yo… íbamos, en general, se conoce a mucha y muy buena gente en ese tipo de encuentros entre universidades, yo hice muchos amigos, no recuerdo a ninguno, pero los hice –guardo un mechero de a 1€, un par de fotos estrafalarias, y una pañoleta típica valenciana que así lo demuestran. De todas formas, hasta ese punto la noche iba bien, reía con los chavales, conocí a un par de chicas, me saqué fotos con ellas como las que me saco siempre que salgo, perdiendo absolutamente toda la dignidad que pudiese quedarme, y hasta ahí, como he dicho, todo bien. Pero a eso de las 4 ya empecé a entrar en razón, y me dije que eran horas de dejar de hacer el payaso e irme a dormir, que tenía trabajo, y cuando me dirijo a donde habíamos dejado nuestros chaquetones, me doy cuenta –me llevó un tiempo- de que el mío no está por ninguna parte. Busqué hasta por el suelo, entre las miles de piernas que allí había –aprendí mucho de zapatos y de moda, eso sí- por si acaso se había caído, o se había ido a dar un paseo…  –realmente sabía que era estúpido, pero bah. En ese momento se me evaporó el alcohol de golpe, y mi mente amaneció por completo. En el abrigo, entre los cascos, un gorro, unos pañuelos de papel usados, y un chicle envuelto en un trozo de folio, estaban las llaves de casa…
Yo no sé que clase de retrasado mental, y paria social decide y en qué momento, coger un abrigo que no es suyo, de un montón de abrigos, y para colmo, el más barato de todos, y, con permiso de mi buena madre –a caballo regalado…- el más feo también. Se ve que tubo frío, y pensó, ¿por qué no? Total… en fin, eso en Vigo no pasa.
Y allí me quedé, como un idiota, esperando a ver si aparecía por alguna parte, preguntando de vez en cuando si habían visto un chaquetón azul marino… lo cierto es que alguna respuesta ingeniosa me llevé, y alguna mirada inexpresiva también, hay gente para todo, y luego están ellos, y ellas, que no se me enfade la ministra, los gilipoyas y las gilipoyos. El caso es que dieron las 8, y después de pasarme toda la noche observando a la gente –mira que llegamos a ser imbéciles cuando salimos… es horrible, mi gozo en un pozo, pero ya hablaré de ello otro día- cuando ya habían cerrado la mierdateca, y no quedaba nada más que basura por el suelo –otro tema que tocaré…- cogí el primer autobús de la mañana para irme a casa sin saber muy bien como entrar, y me agarré un bonito mini constipado por el jodido frío que hacía. ¿Lo bueno de esta historia? Que estoy seguro, de que el hijo de puta descerebrado que decidió agenciarse mi abrigo, todavía tiene restos del chicle pegados entre las uñas.

   
PD: sé que no es un post en mi línea, pero tenía que contarlo. Un abrazo.