No se si os habréis dado cuenta –los que me conocen, seguro- de que soy mucho de quejarme. Me quejo con frecuencia de las muchas cosas que me molestan, no obstante, no lo suficientemente alto, aunque a pesar de ello, muchas veces me han replicado con un “pero cállate” o un mucho más oportuno “pero si eso pasa en todas partes”. Bien, no se si es verdad que lo que me sucede a mi en el día a día en mi queridísima escuela –si, es una escuela, no una facultad, por mucho que se quejen las abuelas cuando se lo dices, quedándose asombradas de que su nieto esté todavía en la escuela- les pase al resto de los mortales en la suya, pero me han reprochado en varias ocasiones que me quejo en exceso –y no digo que no-, y si es así, y de verdad esto pasa en todas partes… ya está bien, coño, que parecemos idiotas –van a tener razón las abuelas, al final-…
Al margen de las manías seniles y las demencias tontas –tal cual- de muchos profesores, que se a ciencia cierta que los hay en todas partes, lo de mi escuela no tiene nombre. Estamos hartos ya –yo, por lo menos- de profesores autócratas que se creen con derecho a mandar lo que les viene en gana, aunque no entre en el temario, con el único fin de tenernos entretenidos y no tener ni que presentarse a las clases con la excusa de “así tenéis más tiempo para hacerlo”; de profesores cuyo objetivo en esta vida, no es otro que inculcarnos su odio a la sociedad y al mundo que les rodea, y que dedican el 50% de las clases a cagarse en el funcionamiento de la escuela, en el rector, en el alcalde, y si le dejan, hasta en la madre que los parió; de profesores que por no tener, no tienen ni el título que a mi profesión respecta, y la clase, y la asignatura en si, la dan a su manera, enseñándonos –o intentándolo, más bien- mil clases y tipos de mierda que ni nos va ni nos viene, dándole más importancia, a la presentación de un trabajo, matizando que las páginas deben estar numeradas en el centro del folio, y no en una esquina, que al contenido del mismo; y hasta aquí lo tolero, por que imagino, y quiero creerlo así, está a la orden del día en cualquier parte de España. Pero si hay algo que no puedo tolerar, es un profesor ignorante.
Hace un par de días, unos compañeros a los que no tenía el gusto de conocer, les tocaba presentar un trabajo de mierda –y digo de mierda no por que fuese malo o estuviese mal hecho, que lo dudo, digo mierda por que es lo que era-, y como tal iba a ser la clase, decidí no asistir, por que sinceramente, tengo muchas cosas que hacer, y pasar una hora viendo a unos compañeros hablar basura por mandato, no me atrae. Hice bien, pues de haber estado presente, no se si habría sido capaz de estar callado, como todos los presentes en ese momento –incluso los compañeros que exponían- tuvieron a bien hacer. El caso es que, a mitad de la exposición, al señor profesor (cuyo nombre no quiero mencionar) se le antojó averiguar el significado de la palabra “ápice”, utilizada por mi compañero en ese momento. Él aseguró que su intención era conocer si el susodicho compañero conocía su significado, más a estas alturas, y decepción tras decepción, pongo en duda su conocimiento de dicha palabra –tenían que ver su cara… su mirada es la viva imagen del vacío-. Lo más curioso, es que el muy energúmeno, no debió quedar satisfecho con la más que válida definición que el alumno en cuestión tuvo a bien responderle, y, válgame dios, o la virgen, o quien sea, que a pesar de que esto no me llegase de oídas, pues como bien dije, no estaba allí, me costaría tanto, o más, creer que el muy animal sugiriese que dichos compañeros hubieren copiado el trabajo por uso de palabras que si no fuere así “no se les ocurriría utilizar” –eso apuntilló el muy lúcido…-
Y lo peor es que quedaron callados, resignándose a la acusación sin más reparo que un “para nada”. Iba a ser yo. Si el muy imbécil es tan ignorante como para no saber escribir utilizando palabras no tan comunes, por no haberse leído un puñetero libro en su insulsa vida, no es su culpa, ni la de nadie, más que la suya propia. Y que los desconozca por ignorante –tiene coña lo que estoy a punto de decir- pasa, pero que por desconocimiento suyo, tache a unos alumnos de haber copiado… me toca la moral. Y los muy idiotas –pobres idiotas, más bien- se quedan callados, sin decir ni pío, esperando, como a ver si se le pasaba la estupidez, y entraba en razón. País de imbéciles… y por que queremos, o más bien, por que lo asumimos. Sin más.
En fin, que me quejo demasiado. Dicen…