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martes, 15 de febrero de 2011

Me quejo demasiado.

No se si os habréis dado cuenta –los que me conocen, seguro- de que soy mucho de quejarme. Me quejo con frecuencia de las muchas cosas que me molestan, no obstante, no lo suficientemente alto, aunque a pesar de ello, muchas veces me han replicado con un “pero cállate” o un mucho más oportuno “pero si eso pasa en todas partes”. Bien, no se si es verdad que lo que me sucede a mi en el día a día en mi queridísima escuela –si, es una escuela, no una facultad, por mucho que se quejen las abuelas cuando se lo dices, quedándose asombradas de que su nieto esté todavía en la escuela- les pase al resto de los mortales en la suya, pero me han reprochado en varias ocasiones que me quejo en exceso –y no digo que no-, y si es así, y de verdad esto pasa en todas partes… ya está bien, coño, que parecemos idiotas –van a tener razón las abuelas, al final-…
Al margen de las manías seniles y las demencias tontas –tal cual- de muchos profesores, que se a ciencia cierta que los hay en todas partes, lo de mi escuela no tiene nombre. Estamos hartos ya –yo, por lo menos- de profesores autócratas que se creen con derecho a mandar lo que les viene en gana, aunque no entre en el temario, con el único fin de tenernos entretenidos y no tener ni que presentarse a las clases con la excusa de “así tenéis más tiempo para hacerlo”;  de profesores cuyo objetivo en esta vida, no es otro que inculcarnos su odio a la sociedad y al mundo que les rodea, y que dedican el 50% de las clases a cagarse en el funcionamiento de la escuela, en el rector, en el alcalde, y si le dejan, hasta en la madre que los parió; de profesores que por no tener, no tienen ni el título que a mi profesión respecta, y la clase, y la asignatura en si, la dan a su manera, enseñándonos –o intentándolo, más bien- mil clases y tipos de mierda que ni nos va ni nos viene, dándole más importancia, a la presentación de un trabajo, matizando que las páginas deben estar numeradas en el centro del folio, y no en una esquina, que al contenido del mismo; y hasta aquí lo tolero, por que imagino, y quiero creerlo así, está a la orden del día en cualquier parte de España. Pero si hay algo que no puedo tolerar, es un profesor ignorante.
Hace un par de días, unos compañeros a los que no tenía el gusto de conocer, les tocaba presentar un trabajo de mierda –y digo de mierda no por que fuese malo o estuviese mal hecho, que lo dudo, digo mierda por que es lo que era-, y como tal iba a ser la clase, decidí no asistir, por que sinceramente, tengo muchas cosas que hacer, y pasar una hora viendo a unos compañeros hablar basura por mandato, no me atrae. Hice bien, pues de haber estado presente, no se si habría sido capaz de estar callado, como todos los presentes en ese momento –incluso los compañeros que exponían- tuvieron a bien hacer. El caso es que, a mitad de la exposición, al señor profesor (cuyo nombre no quiero mencionar) se le antojó averiguar el significado de la palabra “ápice”, utilizada por mi compañero en ese momento. Él aseguró que su intención era conocer si el susodicho compañero conocía su significado, más a estas alturas, y decepción tras decepción, pongo en duda su conocimiento de dicha palabra –tenían que ver su cara… su mirada es la viva imagen del vacío-. Lo más curioso, es que el muy energúmeno, no debió quedar satisfecho con la más que válida definición que el alumno en cuestión tuvo a bien responderle, y, válgame dios, o la virgen, o quien sea, que a pesar de que esto no me llegase de oídas, pues como bien dije, no estaba allí, me costaría tanto, o más,  creer que el muy animal sugiriese que dichos compañeros hubieren copiado el trabajo por uso de palabras que si no fuere así “no se les ocurriría utilizar” –eso apuntilló el muy lúcido…-
Y lo peor es que quedaron callados, resignándose a la acusación sin más reparo que un “para nada”. Iba a ser yo. Si el muy imbécil es tan ignorante como para no saber escribir utilizando palabras no tan comunes, por no haberse leído un puñetero libro en su insulsa vida, no es su culpa, ni la de nadie, más que la suya propia. Y que los desconozca por ignorante –tiene coña lo que estoy a punto de decir- pasa, pero que por desconocimiento suyo, tache a unos alumnos de haber copiado… me toca la moral. Y los muy idiotas –pobres idiotas, más bien- se quedan callados, sin decir ni pío, esperando, como a ver si se le pasaba la estupidez, y entraba en razón. País de imbéciles… y por que queremos, o más bien, por que lo asumimos. Sin más.
En fin, que me quejo demasiado. Dicen…

miércoles, 9 de febrero de 2011

Prefiero ser inculto.

A mi me gusta este país. Me gusta, y todavía no sé por qué. Y si aún no lo sé, es porque la de razones que me invitan a decir aquella frase de “que paren el mundo que yo me apeo” son tantas y tan presentes en el día a día, que prácticamente las cambiaría todas por que cada mañana me diesen una patada en los cojones al levantarme a cambio de que desapareciesen por completo (los motivos, déjenme los huevos en su sitio). Pero si tuviese que elegir una que sin duda me toca la moral con más fuerza que ninguna otra, es la fantástica discusión diaria en lo referente a las corridas de toros. Créanme, “patada en los huevos” es una expresión que se queda corta.
Tiempo atrás, cuando no existían los entretenimientos generales de hoy en día, y lo de asistir al teatro, o a la ópera era cosa de adinerados, el único entretenimiento que había –a parte de hacer hijos a mansalva – era asistir a los actos populares que se celebraban en la plaza de la ciudad. Por supuesto, por actos populares, me refiero a celebraciones que iban desde grandes festines, con sus correspondientes bailes y banquetes, hasta la quema de infieles en las hogueras, o las ejecuciones en la guillotina de traidores a la corona –a la corona o a lo que les saliese del mismísimo-. Entre todos estos actos populares, se encontraba –y se encuentra todavía, para desgracia nuestra –las dichosas corridas de toros. La única razón por la que estos “festejos” no han sido prohibidos, al igual que las ejecuciones públicas, o las peleas de gallos, es por que “los toros son cultura”. Pues bien, yo prefiero ser inculto.
Según la RAE, cultura popular es “el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Correcto, matar a pedradas a la mujer de un cornudo es tradición, arrancar el clítoris a una recién nacida es tradición, y, en fin, será por tradiciones que todos conocemos y condenamos por que no son “las nuestras”, y que como tales, forman parte de las culturas de otros países a los que nos atrevemos a llamar “tercermundistas”. Ya basta de hipocresía. Si la cultura implica ver la paja en el ojo ajeno, y tacharnos a nosotros de primermundistas, yo prefiero ser inculto; si la cultura implica dividir a un país en dos –un país ya dividido de por si por la grandísima ignorancia que se nos inculca desde jovenzuelos –yo prefiero ser inculto; si la cultura implica martirizar a un animal hasta su muerte, y que el graderío estalle de júbilo cuando el payaso principal (mis disculpas al gremio de payasos…) ha rematado su faena al ritmo de “olés”, yo prefiero ser inculto.
Y táchenme de antisocial, de salvaje, o de los que les venga en gana, pero cuando un toro se carga a un payaso de feria de esos (no hay más que ver como visten…) yo me alegro. Y lo celebro.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Yo no fumo.

Yo no fumo. Al menos sobrio no lo hago. No lo hago, entre otras cosas, por que no me gusta. No me gusta el jodido olor que desprende, y que deja en la ropa el humo del diablo, no me gusta la cara de idiota que pone la gente cuando te habla con un pitillo en la mano, no soporto la subnormalidad que para mi representa pagar (y no poco) por algo que lo único que hace es acortarte la vida, no obstante, hasta ahora, cuando alguien fumaba a mi lado, simplemente me aguantaba, si me interesaba quedarme allí, o me iba, si me tocaba demasiado los genitales el humillo de marras. Y, sinceramente, ahora sigo haciendo igual. Me parece lamentable la de imbéciles que se creen con derecho a recriminar a alguien que fume a su lado, “es que ahora es ilegal”, “la ley me dice que denuncie”, “yo no tengo por que estar respirando ese humo”… pues no, la verdad es que no, no tiene usted por qué, así que si no quiere… lárguese; “Es que a mi me gusta este bar”. Bueno mire señora, a mi también me gusta, pero si el día de mañana se llenase de cantaores de flamenco (es legal cantar en los bares, lo aclaro por si las moscas), dejaría de venir, y por supuesto, ni se me ocurriría denunciarlos, a no ser, que fuese ilegal cantar flamenco (que debería…) en fin, todo llegará. Hemos llegado a tal situación, en la que uno puede comprar tabaco en un local perfectamente apto para vendérselo dentro de toda legalidad, pero si quiere fumárselo, tiene que irse a la calle. A mi me parece de una hipocresía inaceptable. Y lo que es peor es que lo acatamos, y caemos en todos los cebos que nos echan… “es por su salud, si ve a alguien fumando, denúncielo”, y claro, nosotros más chulos que nadie, le suplicamos con cariño, “o se va a fumar a otro lado o le denuncio, caballero”. ¿Y por qué no se va usted? Si no le gustan los fumadores, ¿por qué entra en un local en el que dejan entrar a fumadores? Yo no se tu… pero a mi no me gustan las pistolas, y por supuesto, no entraría en un local donde la gente va a disparar armas, por muy bonito que sea, pero claro… es mejor denunciarlos, y que se vayan a disparar a la calle, y el dueño del local, que se joda. No cabe un tonto más, como dice Reverte, nos caeríamos al agua.
Y diréis, pero este… si no fuma, ¿por qué tanta tontería con una ley que ni le va ni le viene? Pues bien, por que odio la hipocresía. No voy a entrar en temas de política, por que no me da la gana, no son ellos los que me fastidian, somos los españolitos que le damos nuestra bendición como idiotas. Dentro de poco los fumadores tendrán que gritar como antaño hacían los leprosos: -“sucio, sucio”. Así todos sabremos a quien nos podemos acercar y a quien no. Las historias que se me vienen a la cabeza son innumerables…
-         Joder, que vergüenza, hace dos días estaba en un puticlub, y por culpa de la jodida ley de mierda, tuve que salir a fuera a fumar. Cada vez que pasaba una persona y me veía, me moría de vergüenza. A saber cuantos se habrán enterado de que fumo…
-         Ayer salí a comprar el pan en calzoncillos… la panadera me dijo que o tiraba el pitillo o no me dejaba entrar.
-         Ey tío, ¿me dejas el mechero? Tranquilo, no es para fumar, es para quemar el contenedor y echarnos unas risas.
A mi no me engañan, que prohíban el tabaco. O bueno, que prohíban el flamenco también, con eso me conformo. Y combinar el rosa con el negro, es súper hortera…
Saludos y que tengan un buen día.