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sábado, 23 de abril de 2011

Breve historia de amor.


Salí afuera, pues ya no aguantaba más el aire viciado ni la conversación forzada, y fui directo a sentarme en la barandilla de piedra, justo al lado de las escaleras, a contemplar el mar. Era un buen sitio para pensar. En la calle apenas se veía un coche o dos. Un transeúnte se paró a preguntar a una pareja si tenían fuego, y ella lo complació sacándose un mechero del bolso. Fijé la vista en el cielo intentando encontrar alguna estrella, pero las endiabladas luces de la ciudad apenas permitían vislumbrar cuatro o cinco. Aún así –pensé- se estaba bien allí. Al poco rato me siguió ella, sigilosa como un gato que escudriña a su presa en la oscuridad. Tanto, que de no ser por ese perfume olor a violetas tan dulce que la caracterizaba, no habría reparado en su presencia. Decidí girarme después de meditarlo unos segundos, y la vi allí, de pié, con la rosa que hacía apenas hora y media le había regalado, encajada a la perfección en su pelo rizado color castaño, que ondeaba suave, con la floja brisa nocturna que movía también la falda de su vestido, fría, y gracias a la cual me mantenía despierto.
–No soy el chico que buscas –apunté, previo a tragar saliva-. No soy lo que parezco, sea lo que sea lo que parezco.
Ella frunció un poco el ceño. Su mirada melosa se tornó en desilusión. Parecía no comprender el porqué de mis palabras.
–Pareces un chico sincero, divertido, con mucho sentido del humor y del que parece imposible aburrirse–respondió despacio, casi sonriendo.
–En ese caso, está claro que soy un maestro del engaño.
–Puede ser, pero yo no busco un galán esta noche –continuó, ahora ya sí, sonriendo como la había visto hacer cuando me la presentaron-. Hoy lo que me apetece…
–Sé lo que buscas –interrumpí-. Buscas una distracción, como todos, algo que te llene ese vacío que te hace sentir sola, ese vacío que sabes que no llenará nada de lo que hagas hoy, pero que, a pesar de que mañana te arrepentirás de todo, conseguirás evitar esta noche durante un par de horas, y te hará sentir bien hasta que despiertes, y se deshaga el engaño…
Ella se acercó a mí, clavando sus ojos verdosos en los míos, y abrió la boca para replicarme lo que acababa de decir, pero yo fui más rápido.
–Estoy cansado de ser la mentira –continué- y de breves historias que desaparecen al día siguiente con la primera luz del alba.
–¿Cómo puedes ponerle fin a algo que no ha empezado?
–Acabará, y mal, como siempre –dije yo, girándome de nuevo hacia el mar.
–Eso no puedes saberlo –contestó ella, acercándose un poco más. Podía sentir su respiración a mi espalda.
Me situé de medio lado, subiendo una pierna a la barandilla, y me quedé observándola durante un rato, sin saber exactamente qué decir. Ella me sonreía graciosa. Estaba guapísima con su vestido rojo. El collar negro por encima de su escote, junto con la rosa que le había regalado, combinaban a la perfección haciéndola más guapa si cabe en medio de la oscuridad, que a pesar de las luces, la noche conseguía crear a su alrededor.
–No quiero hacerte daño.
Casi sin dejarme terminar la frase, apoyó un dedo en mis labios, y rogó silencio con un siseo suave y silencioso.
–Me encantas –susurró, acercando cada vez más su cara a la mía, hasta que nuestros labios se rozaron, y pude sentir presión de los suyos sobre los míos, fríos y húmedos, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
–No quiero hacerte daño –repetí, esta vez en voz baja.
–Pues yo –dijo con la voz más dulce que jamás he oído-… hace rato que no pienso en otra cosa.





viernes, 8 de abril de 2011

Date por aludido, si quieres.

Pesetero me llaman.
Según la RAE:
Pesetero, ra: “Dicho de una persona: "Aficionada al dinero, ruin, tacaña, avariciosa.”
Me resulta curiosa la facilidad que tienen algunas personas –en ocasiones hasta se hacen llamar amigos- de apodarte con un adjetivo del cual, probablemente, no tienen la menor idea del alcance de su significado. Por incultura, desconocimiento, falta de meditación, o lo que sea. Lo malo es que los que tenemos un mínimo de conocimiento nos ofendemos –me incluyo simplemente por ese hecho, ofendido me hallo-, nos duele de veras que un maldito incompetente tenga la jodida indecencia de llamarte sutilmente algo tan apestoso como “pesetero”, pensando (es un decir) en su
vacía mente, que sus palabras nada más quieren decir que debías haber abonado cierta cantidad, y por tacañería no lo has hecho. Olé tus cojones, muchacho.
Y aún encima se creen mejores. ¿Por qué mandas ese mensajito entonces? ¿Acaso el objetivo no es que pague? ¿No es tu intención ofenderme para que me vea en la obligación de abonar esa
cantidad? ¿No eres tú el que pasa por alto la cortesía de darme la oportunidad de enterarme yo mismo que me olvido de algo, y pone por delante el incremento de su bolsa a una relación personal? Amigo mío, no cuela. Como venimos diciendo los españoles desde mucho tiempo atrás, “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”.
Pero aquí estoy yo, viéndole el lado positivo a semejante afrenta –si, tiene un lado positivo-. Lo bueno de toda esta parafernalia, es que el susodicho –y muchos otros que lloverán- se delató a sí mismo, dándome a conocer por primera vez desde que lo conozco –hay que joderse con la redundancia- la maravillosa persona que es. Y eso es bueno, porque una vez si, amigo, pero dos no, colega.
Espero que te aproveche lo que ha crecido tu saca.