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sábado, 5 de marzo de 2011

Aaaaaaaaaaachís!

No era fácil... 
Salí una noche, una. En lo que va de año no se me había planteado la idea de volver a darme una vuelta nocturna por las calles coruñesas, con sus gentíos arrabaleros, sus garitos nada sugerentes, o mucho, pero inaccesibles si no es por contactos, pasta, droga, o escote prominente. Alguno se salva, o eso creía yo.
Es cierto que de noche y con un par de copas encima las cosas se ven de otra manera, o bueno, más bien se recuerdan de otra manera, pero mi odio, probablemente infundado, hacia cierta ciudad y sus noches no altera mucho, para mal, la realidad callejera como la describo. Si algo la enturbia, es mi gusto, o criterio, o llámesele como quiera. Ocurrió tal que así:
Después de una cena estupenda, con los participantes de la sabe dios qué edición de “interescuelas aparejadores”, teníamos previsto salir a cierta discoteca coruñesa, bastante conocida por allí, y que la verdad, estaba bastante bien. Lo cierto es que no tenía pensado ir, puesto que el tiempo no me sobra –pero ya se sabe: cena, vino, postre, licor café, ciego bonito… ¿cama? ¡Venga hombre!- pero acabé yendo, es inevitable. Iba guapo yo… íbamos, en general, se conoce a mucha y muy buena gente en ese tipo de encuentros entre universidades, yo hice muchos amigos, no recuerdo a ninguno, pero los hice –guardo un mechero de a 1€, un par de fotos estrafalarias, y una pañoleta típica valenciana que así lo demuestran. De todas formas, hasta ese punto la noche iba bien, reía con los chavales, conocí a un par de chicas, me saqué fotos con ellas como las que me saco siempre que salgo, perdiendo absolutamente toda la dignidad que pudiese quedarme, y hasta ahí, como he dicho, todo bien. Pero a eso de las 4 ya empecé a entrar en razón, y me dije que eran horas de dejar de hacer el payaso e irme a dormir, que tenía trabajo, y cuando me dirijo a donde habíamos dejado nuestros chaquetones, me doy cuenta –me llevó un tiempo- de que el mío no está por ninguna parte. Busqué hasta por el suelo, entre las miles de piernas que allí había –aprendí mucho de zapatos y de moda, eso sí- por si acaso se había caído, o se había ido a dar un paseo…  –realmente sabía que era estúpido, pero bah. En ese momento se me evaporó el alcohol de golpe, y mi mente amaneció por completo. En el abrigo, entre los cascos, un gorro, unos pañuelos de papel usados, y un chicle envuelto en un trozo de folio, estaban las llaves de casa…
Yo no sé que clase de retrasado mental, y paria social decide y en qué momento, coger un abrigo que no es suyo, de un montón de abrigos, y para colmo, el más barato de todos, y, con permiso de mi buena madre –a caballo regalado…- el más feo también. Se ve que tubo frío, y pensó, ¿por qué no? Total… en fin, eso en Vigo no pasa.
Y allí me quedé, como un idiota, esperando a ver si aparecía por alguna parte, preguntando de vez en cuando si habían visto un chaquetón azul marino… lo cierto es que alguna respuesta ingeniosa me llevé, y alguna mirada inexpresiva también, hay gente para todo, y luego están ellos, y ellas, que no se me enfade la ministra, los gilipoyas y las gilipoyos. El caso es que dieron las 8, y después de pasarme toda la noche observando a la gente –mira que llegamos a ser imbéciles cuando salimos… es horrible, mi gozo en un pozo, pero ya hablaré de ello otro día- cuando ya habían cerrado la mierdateca, y no quedaba nada más que basura por el suelo –otro tema que tocaré…- cogí el primer autobús de la mañana para irme a casa sin saber muy bien como entrar, y me agarré un bonito mini constipado por el jodido frío que hacía. ¿Lo bueno de esta historia? Que estoy seguro, de que el hijo de puta descerebrado que decidió agenciarse mi abrigo, todavía tiene restos del chicle pegados entre las uñas.

   
PD: sé que no es un post en mi línea, pero tenía que contarlo. Un abrazo.

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