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jueves, 29 de marzo de 2012

El dado.

                Yo estaba de pie con las manos en los bolsillos, pensando qué decir cuándo, con una pequeña sorpresa, noté un extraño objeto rozando mi mano derecha, y recordé ese pequeño dado de diez caras que había encontrado esta mañana bajo mi cama al tropezar con el cable de mi guitarra. Me llevé la mano a la cabeza recordando el golpe, y me dije para mí: << ¿por qué no? >>
                -Y bien, ¿cuál es mi regalo?
                -Toma, ten cuidado.
                -¿Qué es esto? ¿Un dado? ¿Me regalas un dado? –Preguntó atónita.
                -Jaja, no es un dado común… es un dado mágico –contesté improvisando. Ella se quedó mirándome, con la palma de la mano abierta sosteniendo el dado, con una pequeña sonrisa esbozándole por el rostro a la que no dejaba salir.
                -¿Y qué se supone que hace este maravilloso dado? –preguntó con cierto tono de ironía y curiosidad a partes iguales.
                -Mide cuánto te quiere una persona.
                -Ahá…
                -¿No me crees? Es muy fácil –dije serio-. Tan sólo tienes que pensar en la persona en cuestión. Concentrarte hasta el punto de que sólo la veas a ella, a sus ojos, su risa, su alma… y luego lanzar el dado.
                Ella se quedó pensativa un rato. Después apretó la mano, cerró los ojos, dejó pasar unos segundos, y tomando aire dejó caer el dado al suelo. Salió un uno.
                -Vaya… ¿pensabas en el profesor de física? –pregunté bromeando.
                -No… -contestó cabizbaja- pero tampoco me sorprende mucho el resultado.
                Dicho esto se agachó a recoger el dado, lo apretó entre sus dos manos y volvió a cerrar los ojos, esta vez con más tranquilidad que antes –me atrevería a decir que sonreía-, y al cavo de unos segundos lo dejó caer de nuevo. Esta vez salió un nueve.
                -¡No me jodas! –Dijo echándose a reír- ¡Lo has trucado!
                -¿Por qué lo dices? –le pregunté riendo yo también. Su risa era contagiosa cual bebé.
                -Pues… porque pensaba en ti.
                No dije nada. Me limité a mirar al suelo, hacia donde estaba el dado, y sin que le diese tiempo a reaccionar, cogí el dado y lo lancé con todas mis fuerzas lo más lejos que pude, perdiéndose entre los arbustos.
                -¿Pero qué coño…? –gritó estupefacta.
                -No funciona.
                -¿Qué?
                -Que no vale, no funciona, no dice la verdad…
                -Eres imbécil –dijo en voz baja, mientras una sonrisa empezaba a asomar por su rostro.
                -No funciona. Yo no te quiero un nueve, te quiero un diez.
                -Eres imbécil –repitió riéndose más todavía-, pero imbécil de verdad. Tu dado no tenía diez, el siguiente número era un cero.


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