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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Récord Mosquicida.

(...)

-¿Quieres que te cuente la historia o esperamos en silencio mirando el pasar de los coches?

-Ardo en deseos de conocer tu… “anécdota”.

-Bien:

<<Como decía, la noche en cuestión era cálida, y dormir se había convertido en misión imposible, ya no solo por el calor infernal que hacía inútiles a las sábanas, sino porque una jauría de moscas y mosquitos habían tomado mi habitación como local de reunión y festejo, y danzaban a sus anchas como putas en una orgía de ricos. Y vaya, el calor pase, porque tampoco es que se le pueda hacer mucho, pero las moscas… no, me negué en rotundo. Así que me dije “o las matas, o no duermes”.

Pero claro, como en todo acto de defensa que requiere dar muerte, por mucha defensa que se trate, todo buen cristiano tiene algo de resquemor interior, una pizca de ética sin sentido que te sobreviene provocada por la carga de conciencia que el acto en sí conlleva. “¡A la mierda con la ética, son moscas!” estarás pensando, pero venga, mátalas tú –y llegados a este punto agachó la cabeza y se golpeó con la palma de la mano en la frente, sin dejar de reír, moviéndola de lado a lado. Me hacía gracia verla así-. Así que pensé, que si buscaba un motivo a mayores para acabar con sus sucias vidas y mi sufrimiento, tal vez acallaría a la vocecita de marras que tanto molesta.

Por lo tanto, y motivado por unas energías repentinas que me aparecieron sin causa aparente, me acerqué a mi fabulosa estantería llena de libros, y busqué en uno que tengo de records y moscas, cuál era el record mundial de moscas matadas en una noche, pensando que si mi acto servía para batir un record, pues no sería tan malo. Me llevé una grata sorpresa cuando descubrí uno muy interesante –“déjame adivinar, el de moscas matadas con un folio” interrumpió ella-… Casi –contesté-, “El record mundial de moscas cortadas por la mitad con un folio doblado”. –“Vaya por Dios”-…

 Tras leer esto, conté rápidamente el número de insectos que volaban por mi cuarto: 124. El record mundial estaba en 72, lo cual me permitía fallar 51 tajos sin miedo a no conseguir el récord. “Otra ocasión como esta no habrá” me dije. Así que agarré con garbo un folio en blanco que tenía sobre la mesilla, y haciendo eco de las más precisas técnicas de doblado, en un visto y no visto lo doblé por la mitad exacta, de forma que las esquinas coincidiesen a la perfección y sin… bah, una chapuza del quince, para qué mentir. Pero a mí me servía, salté sobre la cama, y me dispuse con todas las ganas del mundo a batir el récord. No se me podía escapar.

¡Zas! El primer corte había salido perfecto. Justo por la mitad. El segundo igual, ¡pim pam! En un visto y no visto había ya 4 cadáveres en el suelo. El 5º golpe casi lo yerro por falta de velocidad. Hay que mover la mano a velocidades muy altas para no aplastarlas en el intento… algo así como a 300.001 kilómetros por segundo… -hice una breve pausa deteniéndome a observar su expresión. Me miraba atónita, alegre, negando con la cabeza en pequeñas dosis-. Pero eso ya es otro tema.

El caso es que cuando llevaba 37 o por ahí, me di cuenta de que iba a ser más difícil de lo que pensaba. Pues entre pitos y flautas, me había equivocado unas cuantas veces y me quedaban aproximadamente unas 50 moscas vivas… cifra demasiado corta. Para colmo de males, las restantes eran la mayoría de estas diminutas que tocan los huevos a más no poder y que son casi inapreciables. Por no mentar que su vuelo es más irregular que un escroto. Vuelan como si de la danza del mono borracho se tratase. Me vi impotente… fatigado, exhausto… y cuando el sueño ya empezaba a hacer mella en mí, se me encendió la bombilla. –“A saber con qué maravillosa estratagema me deleitas ahora”- ¿Qué estratagema ni qué gaitas? Que se encendió la bombilla de la habitación. Desconozco la causa… pero así fue. Y todas las moscas y mosquitos volaron como locas despavoridas hacia ella, juntándose, y dándome a mí la posibilidad de atizarles bien atizado.

El caso es que tras ese golpe de fortuna, hice recuento de mutilaciones y tenía ya 78 medias moscas despilfarradas por el suelo, a falta de solo 1 para igualar el récord –“¿Pero el récord no eran 72?”- Mmmmmm, ¿dije 78? Vaya, uno no puede estar a todo… pues como iba diciendo, llevaba 71 al acabar el recuento, y ya solo me faltaban 2 moscas con las que acabar y habría batido el récord. Y de repente la vi. La mosca cojonera. La gorda, esa que molesta más que un palo en el culo. Esa tenía que valer doble. Estaba allí, al alcance de mi mano, ya solo tenía que… ¡oh! -Ella ya no podía más, estaba casi llorando. Nos habíamos subido al autobús ya, y observaba con calma como dos ancianitos se nos quedaron mirando con interés, como con ganas de saber por qué diantres a esa chica le costaba respirar de tanto reír. Una vez se hubo calmado, suspiró, y me preguntó: “¿Qué?”>>

-Creo que me he olvidado del final.



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